El Paseo y el Barrio de San Francisco, a través de los años

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Seguimos recuperando entradas del viejo blog Celtibético. Esta vez, ya que estamos en verano, lo hacemos con un lugar singular y característico de esta estación: El Paseo. También con alguna novedad, respecto al artículo de 2014.

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Hace años dediqué un post al Paseo, al Paseo Alfonso XIII, titulado “Las noches en el Paseo”. En aquella entrada, además de describir esta zona de Palma, me extendí por algunas de las costumbres que caracterizan sus quioscos, ente ellas esa de que te llamen a voz en grito para hacerte saber que tienes preparadas las consumiciones que has encargado, para que te las lleves a tu propia mesa, pues se trata, en la mayoría de los casos del llamado “autoservicio”. Los quioscos y sus ritos son una parte esencial de esta zona de esparcimiento con tanta solera.

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Hoy vuelvo al lugar, en el recorrido de recuerdos de otras épocas. Épocas que comprenden desde la niñez hasta hoy día, pasando lógicamente por la juventud, pues, para mí, como para muchos habitantes de esta tierra, el Paseo ha sido siempre un lugar esencial. Esencial sobre todo para la temporada veraniega, pues, aunque ahora hay establecimientos abiertos todo el año, lo tradicional era que funcionasen desde la primavera hasta septiembre, aproximadamente, comprendiendo la época estival su apogeo.

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Mi suegro, Miguel Santos, con un amigo junto a las norias

El Paseo es zona verde y de ocio desde tiempos remotos, desde que allí se instalaran las ferias de ganados que dieron origen a las actuales ferias de mayo y agosto. Elementos característicos son sus quioscos, conocidos antaño con el nombre de “aguaúchos”, que están a “tentebonete”, sobre todo en feria. Establecimientos ubicados a ambos lados de la franja de albero (el paseo central) que se delimitó con árboles, formando la parte para caminar, que empezaba en la Avda de Pío XII y termina en la salida a La Chirritana, en la zona conocida como “La bombilla”, cerca del río Genil. Allí había varias casas, donde hubo un bar que no conocí, propiedad de un amigo de mi padre, al que llamaban Juan Manuel “el del Puente” (posiblemente por ocuparse del puente de San Francisco Javier). El bar lo compró el dueño de la Electro Harinera y en él vivía Antonio González Domínguez, que era el gerente. Había además otras casas, la de los llamados “Juncos” (la familia García Martínez) y otras junto al río, más pobres. Esas casas estaban cerca de la “fábrica de harinas”, la Electro Harinera, empresa que fue de la familia García Liñán. construida en 1941-42 y ampliada en 1954. En la zona de terrizo entre las casas y la fábrica, junto a la tapia que daba al río Genil, la Asociación Cultural Vientos del Pueblo, a la que pertenecí, montó varias ferias una caseta, cuando todavía no existía el recinto de caseta actual.

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Fotografía de Miguel Santos: riada de 1963

En la parte del río que daba a la fábrica de harinas estuvieron muchos años antes las famosas norias que, decían, estaban allí desde el tiempo de los árabes. No podemos olvidar tampoco, para cerrar por aquí el recinto, que la Electro Harinera continuaba por la Avenida de Madrid, a espaldas de los pisos de San Francisco (los nuevos, los que edificó la Organización Sindical del Hogar, llamados 18 de Julio), con la calle la Isla, y Miralrío, donde estaban las cocheras de Manzano, el de los autobuses. Por allí se decía que estuvo el burdel de Anita Casas, una “madame” de meretrices que no llegamos a conocer, pero que no faltaba en nuestras conversaciones de niños, cuando queríamos insultar a alguien y decíamos, por ejemplo, que “era más puta que Anita Casas”.

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La zona central estaba delimitada por unas vallas de ladrillo y rejas metálicas, en su parte norte y sur. Las que dan a Pío XII aún se conservan, pero las que estuvieron en la parte más próxima al río fueron sustituidas por una pérgola, a principios de los años noventa del siglo pasado, cuando todo aquel área experimentó importantes cambios. Entonces se urbanizó el llano de los pisos de San Francisco, para situar el recinto de casetas de feria, que se estrenó en 1991. La calle del infierno o zona de los “cacharritos”, que se situaba en ese llano antes, pasó a una parte que compró el Ayuntamiento en la Huerta del Quinto, permitiendo además la ampliación del colegio San Sebastián. Además se pavimentaron los llamados paseos laterales (las vías exteriores que comunican con el jardín, por un lado, y el llano de San Francisco, por otro). Las vallas que subsisten fueron las que cerraban el cementerio y que el alcalde Martínez Bravo trasladó al Paseo. Me cuentan que, desde que esto pasó, los gitanos que eran supersticiosos entraban al Paseo por los laterales. Afortunadamente esto ya no sucede.

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Típicos ornamentos eran sus bancos, de obra, similares en factura a los del jardín, pero con respaldo de azulejos, donde mucho tiempo lució la publicidad de establecimientos locales, como vemos en una de las fotos de mi suegro, Miguel Santos. Que fueron reemplazados por otros menos singulares y ahora son de hierro fundido. También la iluminación tuvo su encanto. Al principio con una hilera de farolas en el centro del albero, con alta columna y dos brazos de los que colgaban las pantallas, con cierto estilo «modernista» y con las lámparas del momento. Podemos verlas en varias de las fotografías. Yo no las recuerdo, pero sí los báculos impersonales que se instalaron luego a ambos lados, similares a los de una carretera, a los que sucedieron unas columnas de cemento con muy feas pantallas de plástico translúcido, ahora cambiadas por otras luminarias, más estándar pero presentables.

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Nevada en febrero de 1954

Había varias casetas. La del Casino, o Círculo de Recreo, propiedad de esta entidad, a la derecha del recinto según se va hacia el río, donde se realizaban bailes en verano, además de en feria. Caseta exclusiva, vedada para mi. Allí recuerdo ver, desde fuera, actuar al famoso grupo musical Los Munsters. Hace algunos años el ayuntamiento la compró a sus dueños, como hizo también con los aguaúchos que eran propiedad privada, cuando se aprobó un convenio con sus ocupantes para regular su adquisición por el ayuntamiento palmeño, al ser el suelo de propiedad municipal. Desde entonces son varios los quioscos que han pasado a manos del consistorio, adjudicándose posteriormente su explotación por los particulares. Pero, volvamos a otros tiempos. Además había otra caseta, la Caseta de la Amistad, que sí era de propiedad municipal, la que hay a la izquierda, que recientemente ha sido también modificada gracias a una obra financiada con fondos del FEDER. En esa caseta, antes de retocarla, jugábamos muchas veces al salir del colegio San Sebastián, sobre todo cuando llovía, pues nos podíamos refugiar bajo su techumbre metálica. Como también jugábamos en los bancos de obra que antes hemos mencionado. Estas casetas eran las más antiguas. Más tarde se levantaron dos más al final, cerca de la valla sur. Una, a la izquierda, era el Munster Club, dedicada al grupo musical. Cuando cerraban en verano la discoteca El Candil, que había fundado el cura Don Tomás, en la calle Cuerpo de Cristo, la fiesta se trasladaba allí los fines de semana. No se me olvidan sus blancos muros, donde empecé a frecuentar este tipo de diversión. Como tampoco olvido su mobiliario: cajas de madera para naranjas con la base tapizada, como asientos, o las mesas, en forma circular con un agujero en medio. Además de los paneles con fotografías de cantantes o artistas del cine que colocaban en los muros, mirando al exterior.

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Mi madre, mi hermano Roberto y yo junto a la caseta de la OJE

A la derecha, enfrente, estuvo la discoteca de verano de la OJE, que, al igual que la anterior, trasladaba sus instalaciones cuando acababa el invierno. Allí, además, esta organización juvenil del Régimen celebraba actos y competiciones de deportes de salón, como ajedrez, tenis de mesa, etc. Sus arcos de ladrillo, enrejados y también blancos, como sus muros, tenían entrañable sabor. Ambas casetas, que compitieron por captar a los jóvenes de varias generaciones, desaparecieron con las obras de los años 90, dejando libres sus solares, que algunas veces fueron ocupados por los “chiringuitos de verano”, establecimientos provisionales que tuvieron bastante éxito durante algún tiempo, idea de Rafalín Campanario, cuya estela siguieron varios hosteleros después y que terminaron desapareciendo por los problemas del volumen de la música.

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Otros elementos esenciales el lugar eran los quioscos de helados, el de Los Valencianos, a la entrada, y el de Luis Ruiz, “el bollito”, en el interior. Objetos de deseo insuperable de todos los tiempos, sobre todo para los “paseantes” de menor edad.

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Rafael Lopera, en el centro con otros camareros y clientes

Pero lo singular, pues es algo que no se da en muchos pueblos y ciudades, eran y son sus quioscos, los aguaúchos. No en todas partes encontramos un buen número de bares con terrazas al aire libre, reunidos en una extensión de terreno fresca, hermosa y cómoda, pues permite que los padres disfruten del ocio, mientras sus hijos pueden jugar seguros en una amplia zona verde. Desde los primeros tiempos del paseo tenemos noticias de estos establecimientos. Como, por ejemplo, este quiosco, donde vemos, en medio de pie, de camarero, a Rafael Lopera Dugo, el padre de Antonio Lopera Flores, el de la imprenta Higueras, y de Rafael, que tuvo el Bar El Barco, en la esquina de las actuales Avenida de Andalucía, con Blas Infante, ahora clínica veterinaria del establecimiento del popular “Pepe, el de la Paja”. También está el tío del que fue dueño del Bar que había junto a la gasolinera de la entonces Avenida de la Diputación (hoy María Auxiliadora), al que llamaban “el Titi”. Una copia de una foto en mal estado, pero que conserva la visión de lo peculiar de aquellos aguaúchos añejos.

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También antigua es la terraza de Rafael Nieto, del bar Mezquita, el abuelo de mi amigo Federico Navarro, bar que frecuentaba mi padre. Con mi padre, mi hermano Roberto y mi madre, recuerdo haber estado en uno de esos bares, junto a otra obra singular, que todavía pervive, el Quiosco de la Música.

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Banda Municipal de Música. En el centro (con la batuta) el director. También aparecen otros, como su hijo (agachado a la derecha), los hermanos Pepín y Manolín Fernández, «Reina», Paco y Antonio Lora, los «Escupiera», Ortiz, etc.

Entonces actuaba allí la Banda Municipal de Música. Orquesta a cargo del maestro Angel Martínez de Chomón, padre del policía municipal Angel Martínez Calderón, al que vemos en la fotografía de la inauguración del poblado de El Calonge, agachado a la derecha, ya que también formó parte de la banda. Esta banda la componían palmeños del pueblo llano, como un herrero, un carpintero, un herrador de caballerías… y allí se interpretaban fragmentos de zarzuelas, pasodobles y otras piezas populares, que deleitaban los oídos de quienes estaban en las terrazas o paseaban por allí. Su música dejó de oírse siendo yo niño, pero pude saborearla aquella y otras noches de verano.

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También incluyo una imagen de una de las partituras que Angel Martínez de Chomón transcribió para la banda municipal de Albalat de la Ribera (Valencia) donde vivió antes de recalar en Palma. Este hombre nació en Chiva (Valencia), estuvo de director en la banda de música de Albalat de la Ribera desde 1927 hasta 1932 y luego marchó a dirigir la banda de Sumacárcer (Valencia). Se jubiló en Mieres y falleció en Sevilla en 1976, según me contó Salvador Astruells Moreno, musicólogo y autor de la Tesis Doctoral “La Banda Municipal de Valencia y su aportación a la historia de la música valenciana”, que me facilitó la fotografía.

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Junto a la Caseta de la Amistad, en los años 70 se formó la Peña Los Cabales, entre cuyos fundadores se encontraba Miguel Santos. Hoy día sigue funcionando, con un número importante de miembros, muchos de ellos hijos de los primeros socios, como mi mujer. También he conocido otros establecimientos, como el Bar de los Amigos, el Pichi…

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Arroz de apertura de temporada en Bar Guerra

Especialmente he frecuentado el bar Guerra, cuya familia he conocido desde muy joven, siendo su hija Lola, por ejemplo, una de las “niñas de la pandilla” en mi adolescencia y juventud. Allí he pasado muchos y buenos ratos, ya fuese consumiendo (lo poco que podía un joven en los años setenta y ochenta), echando el rato de charla con los amigos, jugando al “quinito” o viendo el fútbol u otra retransmisión destacable en la televisión que instalan en verano. Era un local especialmente “señalado” por ser frecuentado en tiempos de la clandestinidad por los “elementos subversivos” (como se decía entonces), al ir mucho allí miembros de las organizaciones comunistas y sindicales del pueblo. También era conocido por “el bar de los perros”, al tener en su decoración tras la barra, hace años, un cuadro con esos animales. Todavía sigue siendo un lugar habitual de nuestras noches de primavera-verano, ya reformado y en manos de Pepito, uno de los hijos de Juan y Serafina (excelente cocinera de la que recuerdo especialmente los callos), junto a su mujer, su cuñado Juan José y su hermana Eloísa.

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«Manzano» y su mujer en la barra

En frente a la entrada, estaba el Quiosco de Manzano, de Francisco Muñoz Manzano, padre de “Chiqui”, Francisco Muñoz Vera (al que agradezco que me haya cedido ésta y otras fotografías), oficial albañil del ayuntamiento. Francisco compró el quiosco en 1973 o 1974 a las hermanas Torres. De él recuerdo un juego con una rana de metal, en cuya boca había que introducir unas fichas. En una puerta lateral se veían los números de los cupones de la ONCE, que siempre escribían con tiza para que los clientes supiesen el número premiado.

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Iglesia de San Francisco, con la antigua valla (Foto Miguel Santos)

Había y hay otros quioscos. Nombres, además de los citados, como Mario, “Pollina”, “Peporro”, El vaporcito, Adolfo, Mínguez, Venus (Oliver), Rafael García “el cuquillo”, “El Primo”, el de las roscas, la pizzería… a los que uniremos más que seguro que recordaréis, y que componen la historia reciente de los establecimientos de este bendito lugar. Lugares donde encontrarse con los amigos, quedar con la familia y pasar un buen rato. Como los que no me resisto a rememorar y que disfrutamos muchas veces con Domingo Hidalgo, el abuelo de Manolo Pérez, que vivía en los pisos más recientes de San Francisco. Domingo pasaba mucho el tiempo en el Paseo ya jubilado, y no era raro que, si pasásemos por allí, nos llamara para invitarnos en algún quiosco.

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El Paseo está junto a uno de los barrios populares de Palma, el barrio de San Francisco, nombre lógico por la iglesia y antiguo convento franciscano, hoy hotel, que lo definen. A la entrada del Paseo, en la avenida Pío XII, estaba el cine Coliseo España de la familia Jerez. Cine de verano que compró el ayuntamiento y hoy día es el Teatro Coliseo. Antes fue Caseta Municipal y bar de verano que, por ejemplo, regentó Manolo Pérez. Cine de verano también del área de cultura. De niño íbamos a las azoteas de los pisos de San Francisco (los “blancos”, los primeros en construirse, en 1957 por la Obra Sindical del Hogar) para ver el cine gratis. En esos pisos vivió mi tío Rafalito, hermano de mi madre, con su mujer, Frasquita, cuando se vino de Madrid, ya jubilado y muy mayor. Y también vivían allí otros antiguos compañeros de colegio, como en los otros bloques de viviendas sociales posteriores.

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En esa avenida Pío XII también estuvo el Bar Romero, una fábrica de terrazos, que compró Paco Castillo, para su cine de verano (hoy salón de celebraciones Reina Victoria) o los locales de “El gallero” y el taller de Palma, “el civiquito”, frente al Jardín Reina Victoria. Por la otra parte, tras la calle Portada, la pensión de Castillo, el Bar de Charneca, la piscina de la pensión y, posteriormente el salón de celebraciones de Paco Castillo (“Al Capone”) y las cocheras. También recordamos el Bar Charito, la casa de Campanario, el de la droguería, la casa de González el jardinero, la carpintería de Nieto o el bar de Cabrera, San Francisco, dando a la plaza, donde años más tarde el ayuntamiento levantó una fuente, con piedras de molino de aceite, que dio mucho que hablar, y luego fue sustituida por la fuente actual.

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Mi madre (a la derecha) con amigas en el Paseo (el quiosco de la música no tenía pérgola, solo la valla y las farolas estaban en el centro del albero

Muchas cosas más se podrían decir del Paseo y del Barrio de San Francisco, pero por hoy hacemos una pausa. Seguro que para muchos de vosotros, como para la mayoría de los palmeños, estos espacios encierran un cúmulo de recuerdos que podemos compartir. Y los que seguirán provocando.

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