40 aniversario del pub Lord Byron, El Pub

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Estamos en 2020, y en 1980 surgió el primer pub en Palma del Río, el Pub Lord Byron. En este año se cumple, por tanto, el cuarenta aniversario de su fundación (que fue concretamente el 14 de febrero de 1980). Estaba situado en la calle Ancha, en el bajo comercial de los pisos de la familia Morales. Se anunció como «English pub», un bar estilo inglés, en cuya decoración se recreaba una taberna típica del Reino Unido. Lo abrieron la familia Morales (los hermanos Jesús, Manolo, Mariano, Óscar y Cesar) aunque Jesús era quien se hizo cargo del establecimiento. Luego abrirían la Pizzería Michelangelo (Mariano), el Disco-Pub Lord Byron y la taberna (o bodeguita) Lord Byron (ambos Jesús), en la planta baja del Edificio Santiago, el que se hicieron en el barrio de Goya. Era un lugar de encuentro, una especie de club de amigos, donde hallar, además de diversión, complicidad, confianza y afecto entre los clientes y respecto de los que allí trabajaban. Una especie de Cheer`s (el de la serie de televisión) de Palma.

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La familia morales en la Bodeguita o taberna Lord Byron (foto del Facebook familiar)

Debido a su éxito, posteriormente en Palma se abrieron muchos pubs: el Gardiner, el Decuma (luego, el pub Chico), el TXSKO, el Alamillos Street, el Tiziano, el Blandi (primero Azahara, el del “porcelanosa”), el Waikiki, el Túnel (después +kná), Venus, el Pelotazo (antes Rusticana), el Zulú (luego el del Mochu, el 127), el Cubo´s (más como disco-pub, luego Coco-bongo), el Patio, el Saratoga, cada uno con su estilo y personalidad… pero el Lord Byron no era un pub más, era “el pub” por antonomasia. Dio la campanada, y mantuvo su afluencia hasta su cierre, pasando a manos de otros gerentes, con otros nombres, tras el retiro de Jesús.

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Jesús, en carnaval, con dos clientes disfrazados

El Lord Byron lo dirigía Jesús Morales, con su oronda y feliz corpulencia de maestro cervecero. Una anatomía resaltada de mofletes colorados, y amplia sonrisa, no escondida en su perenne barba. Todo simpatía y ganas de hacer amigos. Era como un Papá Noel tabernero, a la vez bonachón y picaruelo, que se podría pasear por Munich sirviendo cerveza para la concurrencia. Un Baco de pintura barroca. O escanciador de la hidromiel a los dioses del Walhala, mientras walkirias danzan y ríen el son de sus contagiosas carcajadas. Un personaje, sin duda.

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Cenicero del décimo aniversario

Abrió en 1980, cuando acabábamos en el instituto y estuvimos en la inauguración, ya que uno de la pandilla, Manolo Pérez, es familia, primo. Costaba un cerveza un pastón (para nosotros, claro), pero empezaron siendo de tercio, no quintos, ni cañas (más tarde pondrían el grifo y el barril). Pensamos la primera vez que no volveríamos, pues estábamos acostumbrados a los precios del bar el Gallo o el Guerra, por ejemplo, precios para obreros y estudiantes, sin lujos, ni música, ni ambientes foráneos. Te ponían al principio un cuenco con maíz tostado y otros frutos secos (el “pienso”), un atractivo más. Progresivamente fue ampliando el “menú de comidas”: sandwiches, hamburguesas, perritos calientes… en su última etapa pusieron de moda las tostas, cuando instalaron cocina en el rincón derecho de la barra (donde estuvo la diana de dardos).

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Manolo Morales, el «Tomizo» y una clienta

Al local se entraba por una puerta de madera, que asemejaba a una inglesa, con un letrero con la silueta del escritor británico colgado sobre ella, al estilo de los bares de aquellas tierras. Una jardinera con una hiedra y un ventana completaban la fachada. Por esa puerta se accedía al local, en una zona amplia con la pared del hueco de la escalera del edificio al fondo. A la izquierda estaba la barra, sobre una zona más elevada, con unas barandas de madera para proteger a los clientes del escalón. La zona central de la barra estaba retranqueada, para dejar el mismo ancho de pasillo sorteando el hueco de la escalera. Al penetrar nos encontrábamos con otro espacio cuadrangular a la derecha para mesas y bancos, como en el de la entrada, además de los servicios. Al fondo una puerta de emergencia y una ventana, cerca de la barra, donde hubo un juego de dardos y la televisión, más tarde. La decoración se componía, al principio, de láminas, tipo cacería del zorro, caballos y otras estampas decimonónicas inglesas, para completarse, tiempo después, con otros objetos. Un zócalo de madera recorría el local, y la barra tuvo más tarde, además de los estantes para los productos en la pared de atrás, otro armazón encima de la barra.

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Jesús con otro cliente, e ilustre «tabernero» ya fallecido, Manolo Blasco

Un atractivo que tenía y que nos encantaba, es que se podía escuchar la música del momento, por supuesto en Lps de vinilo: Miguel Ríos, Orquesta Mondragón, Radio Futura… Incluso grabamos más de un disco para poder reproducirlo en nuestros cassettes. Jesús siempre tenía actualizada su discoteca, y con nuestra edad, aquello nos hizo frecuentar sus instalaciones, con el éxito de la movida.

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Jesús con Rafa Limones, y «Altomira» el de los azulejos

Nos acostumbramos a ir todos los días y pasábamos muchas horas allí, aunque consumiésemos menos de lo que quisiese el dueño. Los sábados empezábamos la “jornada de fin de semana” allí y luego nos íbamos de discoteca (Tato´s, Omaira-Marathón, El candil…), para volver al pub a “echar la penúltima” antes de irnos para casa. Los fines de semana también nos citábamos al medio día, a echar la cervecita con los amigos. Durante los años que estuvo abierto, muchas amistades se fraguaron allí, también numerosas parejas se formaron (o rompieron) en el pub. En la barra se podía charlar, pues la música no era estridente y de alto volumen. Hasta los camareros se convirtieron en nuestros amigos. Varios pasaron a prestar sus servicios: Flores, Carmelo (tristemente ya fallecido), Antonio, un pariente de los Morales, el Viri (Rafael Cumplido), Tomizo … y otros cuyos nombres ya no recuerdo.

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Uno de los camareros, Flores

Otro atractivo que tenía eran los juegos, con los que amenizar las estancias: la máquinas recreativas, el billar americano, la diana de dardos, los juegos de mesa (dados, tres en raya…). Una excusa más para pasar largos ratos en compañía de amigas y amigos.

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Otro de los camareros, Rafa Cumplido, el «Viri» (foto de su Facebook)

En los años que frecuenté ocurrieron muchas anécdotas, como no podía ser menos. Los primeros cubalibres, las primeras borracheras, los ligoteos. En las tardes de domingo Jesús bajaba el proyector de Super 8 y nos ponía películas. Por las noches cambiaba la temática hacia el cine de adultos (“aquí hay tema” decía Jesús riendo mientras hacía con su brazo un gesto que indicaba el tamaño del miembro del protagonista). Más tarde, con la adquisición de nuevas tecnologías, llegó el vídeo, continuando con las proyecciones, y además las grabaciones, como aquella, que repetimos una y otra vez, del concierto que dio Miguel Ríos en las Ramblas de Barcelona, cuando el campeonato mundial de fútbol de España de 1982, con el disco Rock & Ríos.

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Jesús asomado a la ventana de la C/ Ancha, con unos clientes

A Jesús le gustaba sorprendernos. De vez en cuando aparecía con alguna botella singular, como las que contenían bebidas exóticas (con lagartos y cosas así). También recuerdo el ron de Rute, Virtuoso, que se podía beber sin mezclar con nada. Muchos recuerdos, seguro, que asomarán a las mentes de quienes pasaron por allí y lean estas humildes palabras, con motivo de las cuatro décadas transcurridas desde que apareció el Lord Byron en nuestras vidas.

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Jesús en la fachada original

Como dije al principio, en Palma hubo una época donde se prodigaron muchos pubs, pero el Lord Byron fue, sigue siendo y será siempre (con artículo determinado y mayúsculas)… El Pub. Algo que, sin duda, merece la pena recordar.

Rafalillo Nieto, sus bares y el ambigú

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Retomamos los paseos por nuestros recuerdos de otros tiempos relacionados con la diversión, el ocio y las relaciones sociales, o sea, con los bares de Palma del Río. Y no podía faltar uno de los profesionales de la hostelería que conocí en mi infancia: Rafael Nieto Rodríguez, al que mi padre llamaba Rafalillo Nieto. Rafael vivía con su mujer, Carmen Cumplido, en la calle Feria, en la planta alta de un edificio donde se situaba, en su planta baja, el comercio de textiles El barato, la zapatería de Pepe Nieto y la accesoria que, al abrir sus puertas, nos sumergía en un mundo de ilusiones, por los juguetes que se vendían allí, además de las revistas y tebeos, y las chucherías, y que regentaba Pineda.

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En el centro Rafael y Carmen, junto a Virginia y camareros empleados

Pepe Nieto era uno de los hijos de Rafael y Carmen, padre de nuestro amigo Rafa Nieto, que demasiado pronto abandonó una vida con un futuro espléndido de historiador por delante, por una repentina enfermedad. También Rafael y Carmen tuvieron otros hijos, como Curro, que fue director de la oficina local de CajaSur, el canónigo archivero de la Catedral de Córdoba e hijo predilecto de Palma del Río, Manuel (y también compañero de estudios de mi hermano Pepe en el Colegio de la Inmaculada, el colegio de las Monjas), y Trini, la madre de mi amigo Federico, el catedrático de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la Universidad de Córdoba, que ostenta la medalla de la ciudad desde 2018.

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Trini Nieto Cumplido

Trini estaba casada con Vicente Navarro, «maestro de la villa» del Ayuntamiento palmeño. Tuvieron cuatro hijos, Carmen (que viven en Cádiz y está casada con Javier, con quien conviví algún tiempo cuando era estudiante en Córdoba, y tenía las fotos que hoy publico en esta entrada, y me pasó Federico), Vicente («Ferre», que tuvo un comercio de aparatos eléctricos en la accesoria cuando cerró Pineda y otra familia que mantuvo el puesto), Rafael («Rafalito», que se fue a Sevilla y tuvo un hijo futbolista en el Betis, Rafael Navarro Mazuecos, ahora en el Deportivo Alavés) y Federico. Por desgracia, Trini murió a temprana edad y de Federico se hicieron cargo sus abuelos maternos. La recuerdo como una mujer simpática y cariñosa. Y creo que la última vez que la vi fue cuando asistió a la consulta de mi hermano mayor, en la casa de la calle José de Mora. Una pena.

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Federico el día de Andalucía de 2018, medalla de la ciudad

Siempre he tenido relación con esta familia, pues vivíamos cerca, y estuve en la escuela de Antonio García Chaves con Federico y sus hermanos varones. A Carmen, la mujer de Rafael, la recuerdo como el típico ejemplo de «la abuela». Siempre era amable con nosotros y nos trataba como de la familia, cuando íbamos a su casa. A Rafalillo (perdonadme la licencia) lo recuerdo con su sempiterno cigarrillo, asomado a la puerta de su casa, y, como no, tras la barra del Cine San Miguel.

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Publicidad de la revista Guadalgenil

Rafael tuvo un bar, el bar Mezquita, en la calle Portá (la calle Queipo de Llano, entonces) y un aguaúcho o quiosco en el Paseo, donde alguna vez nos llevó mi padre a tomar algún aperitivo, pues era asiduo del establecimiento. Recuerdo escuchar las interpretaciones musicales de la Banda municipal de música, que dirigía el maestro Ángel Martínez de Chomón, desde la terraza, algo que se perdió, desgraciadamente, hace mucho tiempo. Otro establecimiento que contribuía a que los veranos y, como no, las ferias de Palma tuviesen su complemento hostelero conveniente.

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Rafalillo, con unos clientes

Pero, como he recordado antes, también tuvo a su cargo el ambigú, del cine San Miguel, la barra donde vendían las chucherías típicas, y muchos espectadores esperaban el inicio de la sesión de cine tomando un refrigerio, o en los descansos entre sesión y sesión, o si la película era de muy largo metraje, como «Los diez mandamientos» o «Lo que el viento se llevó», lo que obligaba a hacer un intermedio, que aprovechaban muchos para tomar algo.

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Sala de proyección del cine San Miguel, con el hall al fondo, poco antes de ser demolido el edificio. (Foto de Carmelo Expósito)

El ambigú estaba situado a la derecha del hall o vestíbulo del cine, previo a la sala de proyección, en una plataforma a la que se accedía por unos escalones, junto a la escalera del «gallinero» y de unas terrazas que comunicaban con el cinema Jardín, el cine de verano contiguo al cine de invierno.

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Elena con la familia Doblas

El cine San Miguel, ubicado en la calle Alamillos, otra añorada instalación palmeña, desapareció hace tiempo, para dejar paso a un grupo de casas, tras llevar varios años cerrado, y que solo se abrió en varias ocasiones para el concurso de murgas de los Carnavales. Sus dependencias también sirvieron para servir numerosos banquetes de bodas. Mi hermano Pepe, cuando se casó con Elena, siendo yo niño, también celebró su banquete de bodas en este Cine. En las fotos que publico se ve a unos familiares de Málaga, los Doblas, en esas terrazas a las que me refería anteriormente.

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Pepe con los Doblas

No recuerdo cuándo se jubiló Rafael Nieto, supongo que cuando cerró el cine. Lo que sí recuerdo es que falleció antes que Carmen, y esta, para no quedar sola en su casa, se fue a Córdoba con su hijo Manolo, el sacerdote, falleciendo ya muy mayor. Su funeral fue todo un acontecimiento en Palma.

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Rafael, a la izquierda, de nuevo con la clientela del bar

Una vez más recordamos esos lugares donde nuestros paisanos echaban sus buenos ratos de ocio, y a un gran profesional que los atendió, que, aunque nos quede lejos su recuerdo, también merece su sitio en esta historia entrañable de los palmeños que nos alegraron la vida con su esfuerzo.

Las Bodas de Oro del instituto de bachillerato con Palma del Río

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También con motivo de la Feria, en este caso en la edición especial que ha publicado el diario Córdoba, me han encargado un artículo sobre el 50 aniversario del instituto de secundaria de Palma del Río, el IES Antonio Gala. Reproduzco el artículo publicado.

 

El Instituto de Secundaria Antonio Gala cumple 50 años

De niño sentía avidez por progresar en mis estudios. Ver, por ejemplo, los libros de química en la escuela, con sus tapas decoradas por retortas, matraces, tubos de ensayo y demás instrumentos, provocaba la curiosidad por adentrarme en nuevos conocimientos, que se me antojaban como un paso obligado para convertirme en alguien sabio y una persona mayor. Cuando me entretenía con la televisión, viendo series o películas que reflejaban otras épocas históricas, un personaje concitaba una atracción especial, el bachiller. Era presentado casi siempre, sobre todo en obras del siglo de Oro, como alguien instruido, amén de divertido, a veces aventurero, y con cualidades que le hacían sobresalir sobre otros protagonistas. Ejemplo, el famoso bachiller Sansón Carrasco, que aparece en la segunda parte del Quijote. De ahí que un objetivo a cumplir fuese ser bachiller.

¿Dónde se podía conseguir esto? En Palma del Río había un sitio: el instituto. Cuando cursaba los primeros cursos de la educación primaria se pasaba al instituto con pocos años. Ya en la Educación General Básica (EGB), este paso se daba tras el octavo curso. Ese fue mi caso, con lo que ese componente “casi literario” que comentaba antes ya estaba algo difuminado. No por ello fue menos emocionante. Y necesario, además, para luego acceder a la Universidad. Los cuatro años allí vividos, los tres cursos del Bachillerato Unificado Polivalente, más el Curso de Orientación Universitaria, fueron de los más intensos que se terminan recordando, al comprender una etapa de la vida, como es la adolescencia, clave en la conformación de tu personalidad y también repleta de sensaciones, emociones y aventuras. ¡La vida del bachiller!

El instituto nació como una sección delegada del Instituto Séneca de Córdoba en 1967, y se emancipó en el curso 1970-71. En los primeros años no tuvo nombre propio, solo Instituto Nacional de Bachillerato, más tarde, en 1982, pasó a ostentar el nombre del escritor Antonio Gala. Estamos celebrado, por tanto, en este curso 2017-18 las Bodas de Oro del instituto con su pueblo. Un matrimonio feliz, donde muchos profesores y profesoras, y alumnos y alumnas, hemos pasado por las aulas del viejo instituto, con todas sus ampliaciones, y por las nuevas dependencias que se construyeron al ser necesario un espacio mayor con las nuevas enseñanzas hoy día en vigor. Dejando huella en la vida académica, cultural, profesional y vital de nuestra ciudad, y pasando muchos a formar parte primero como alumnado y más tarde como plantilla del centro. En mis tiempos, alumnos de otras localidades, como Hornachuelos, Almodóvar del Río, Posadas, Fuente Palmera, Peñaflor y La Puebla de los Infantes, compartían sus estudios con nuestros paisanos y paisanas, con lo que nuestro campo de amistades se ampliaba por las comarcas próximas entre Córdoba y Sevilla. En estos momentos, tras implantarse la enseñanza secundaria obligatoria, además del bachillerato, el aumento del número de alumnos ha provocado que esas otras poblaciones cuenten con su propio instituto, dejando nuestro centro.

Entre los actos celebrados con motivo de este aniversario, una mesa redonda, con participación de la mayoría de los directores que ha tenido el centro, sirvió para recordar a miembros del claustro ya desaparecidos, como Antonio Montero, Antonio García Chaves, Juana Márquez o Santiago Moncalián, a quienes tuve como profesores, además de otras personas de todos los ámbitos de la institución y hechos significativos, unos más agradables, otros menos. Un repaso emocionante, que luego tuvo su continuación con el encuentro con un refrigerio entre los presentes. Otros actos se han venido sucediendo en este curso, como exposiciones de fotografía, la exposición «Antonio Gala. Eterno y de cristal» del Centro Andaluz de las Letras, mesas redondas con antiguos alumnos sobre su experiencia profesional, etc. Además de editar una revista para plasmar los recuerdos de muchos.

Sin duda, nuestro paso por el instituto ha sido una etapa importante en nuestras vidas. El instituto, como centro público educativo, ha sido y es un foco irradiador de cultura, fuente del saber e instrumento para forjar mejores personas. Se merece una felicitación por este cumpleaños y el deseo de un futuro longevo y productivo. ¡Feliz aniversario!

 

El Paseo y el Barrio de San Francisco, a través de los años

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Seguimos recuperando entradas del viejo blog Celtibético. Esta vez, ya que estamos en verano, lo hacemos con un lugar singular y característico de esta estación: El Paseo. También con alguna novedad, respecto al artículo de 2014.

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Hace años dediqué un post al Paseo, al Paseo Alfonso XIII, titulado “Las noches en el Paseo”. En aquella entrada, además de describir esta zona de Palma, me extendí por algunas de las costumbres que caracterizan sus quioscos, ente ellas esa de que te llamen a voz en grito para hacerte saber que tienes preparadas las consumiciones que has encargado, para que te las lleves a tu propia mesa, pues se trata, en la mayoría de los casos del llamado “autoservicio”. Los quioscos y sus ritos son una parte esencial de esta zona de esparcimiento con tanta solera.

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Hoy vuelvo al lugar, en el recorrido de recuerdos de otras épocas. Épocas que comprenden desde la niñez hasta hoy día, pasando lógicamente por la juventud, pues, para mí, como para muchos habitantes de esta tierra, el Paseo ha sido siempre un lugar esencial. Esencial sobre todo para la temporada veraniega, pues, aunque ahora hay establecimientos abiertos todo el año, lo tradicional era que funcionasen desde la primavera hasta septiembre, aproximadamente, comprendiendo la época estival su apogeo.

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Mi suegro, Miguel Santos, con un amigo junto a las norias

El Paseo es zona verde y de ocio desde tiempos remotos, desde que allí se instalaran las ferias de ganados que dieron origen a las actuales ferias de mayo y agosto. Elementos característicos son sus quioscos, conocidos antaño con el nombre de “aguaúchos”, que están a “tentebonete”, sobre todo en feria. Establecimientos ubicados a ambos lados de la franja de albero (el paseo central) que se delimitó con árboles, formando la parte para caminar, que empezaba en la Avda de Pío XII y termina en la salida a La Chirritana, en la zona conocida como “La bombilla”, cerca del río Genil. Allí había varias casas, donde hubo un bar que no conocí, propiedad de un amigo de mi padre, al que llamaban Juan Manuel “el del Puente” (posiblemente por ocuparse del puente de San Francisco Javier). El bar lo compró el dueño de la Electro Harinera y en él vivía Antonio González Domínguez, que era el gerente. Había además otras casas, la de los llamados “Juncos” (la familia García Martínez) y otras junto al río, más pobres. Esas casas estaban cerca de la “fábrica de harinas”, la Electro Harinera, empresa que fue de la familia García Liñán. construida en 1941-42 y ampliada en 1954. En la zona de terrizo entre las casas y la fábrica, junto a la tapia que daba al río Genil, la Asociación Cultural Vientos del Pueblo, a la que pertenecí, montó varias ferias una caseta, cuando todavía no existía el recinto de caseta actual.

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Fotografía de Miguel Santos: riada de 1963

En la parte del río que daba a la fábrica de harinas estuvieron muchos años antes las famosas norias que, decían, estaban allí desde el tiempo de los árabes. No podemos olvidar tampoco, para cerrar por aquí el recinto, que la Electro Harinera continuaba por la Avenida de Madrid, a espaldas de los pisos de San Francisco (los nuevos, los que edificó la Organización Sindical del Hogar, llamados 18 de Julio), con la calle la Isla, y Miralrío, donde estaban las cocheras de Manzano, el de los autobuses. Por allí se decía que estuvo el burdel de Anita Casas, una “madame” de meretrices que no llegamos a conocer, pero que no faltaba en nuestras conversaciones de niños, cuando queríamos insultar a alguien y decíamos, por ejemplo, que “era más puta que Anita Casas”.

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La zona central estaba delimitada por unas vallas de ladrillo y rejas metálicas, en su parte norte y sur. Las que dan a Pío XII aún se conservan, pero las que estuvieron en la parte más próxima al río fueron sustituidas por una pérgola, a principios de los años noventa del siglo pasado, cuando todo aquel área experimentó importantes cambios. Entonces se urbanizó el llano de los pisos de San Francisco, para situar el recinto de casetas de feria, que se estrenó en 1991. La calle del infierno o zona de los “cacharritos”, que se situaba en ese llano antes, pasó a una parte que compró el Ayuntamiento en la Huerta del Quinto, permitiendo además la ampliación del colegio San Sebastián. Además se pavimentaron los llamados paseos laterales (las vías exteriores que comunican con el jardín, por un lado, y el llano de San Francisco, por otro). Las vallas que subsisten fueron las que cerraban el cementerio y que el alcalde Martínez Bravo trasladó al Paseo. Me cuentan que, desde que esto pasó, los gitanos que eran supersticiosos entraban al Paseo por los laterales. Afortunadamente esto ya no sucede.

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Típicos ornamentos eran sus bancos, de obra, similares en factura a los del jardín, pero con respaldo de azulejos, donde mucho tiempo lució la publicidad de establecimientos locales, como vemos en una de las fotos de mi suegro, Miguel Santos. Que fueron reemplazados por otros menos singulares y ahora son de hierro fundido. También la iluminación tuvo su encanto. Al principio con una hilera de farolas en el centro del albero, con alta columna y dos brazos de los que colgaban las pantallas, con cierto estilo «modernista» y con las lámparas del momento. Podemos verlas en varias de las fotografías. Yo no las recuerdo, pero sí los báculos impersonales que se instalaron luego a ambos lados, similares a los de una carretera, a los que sucedieron unas columnas de cemento con muy feas pantallas de plástico translúcido, ahora cambiadas por otras luminarias, más estándar pero presentables.

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Nevada en febrero de 1954

Había varias casetas. La del Casino, o Círculo de Recreo, propiedad de esta entidad, a la derecha del recinto según se va hacia el río, donde se realizaban bailes en verano, además de en feria. Caseta exclusiva, vedada para mi. Allí recuerdo ver, desde fuera, actuar al famoso grupo musical Los Munsters. Hace algunos años el ayuntamiento la compró a sus dueños, como hizo también con los aguaúchos que eran propiedad privada, cuando se aprobó un convenio con sus ocupantes para regular su adquisición por el ayuntamiento palmeño, al ser el suelo de propiedad municipal. Desde entonces son varios los quioscos que han pasado a manos del consistorio, adjudicándose posteriormente su explotación por los particulares. Pero, volvamos a otros tiempos. Además había otra caseta, la Caseta de la Amistad, que sí era de propiedad municipal, la que hay a la izquierda, que recientemente ha sido también modificada gracias a una obra financiada con fondos del FEDER. En esa caseta, antes de retocarla, jugábamos muchas veces al salir del colegio San Sebastián, sobre todo cuando llovía, pues nos podíamos refugiar bajo su techumbre metálica. Como también jugábamos en los bancos de obra que antes hemos mencionado. Estas casetas eran las más antiguas. Más tarde se levantaron dos más al final, cerca de la valla sur. Una, a la izquierda, era el Munster Club, dedicada al grupo musical. Cuando cerraban en verano la discoteca El Candil, que había fundado el cura Don Tomás, en la calle Cuerpo de Cristo, la fiesta se trasladaba allí los fines de semana. No se me olvidan sus blancos muros, donde empecé a frecuentar este tipo de diversión. Como tampoco olvido su mobiliario: cajas de madera para naranjas con la base tapizada, como asientos, o las mesas, en forma circular con un agujero en medio. Además de los paneles con fotografías de cantantes o artistas del cine que colocaban en los muros, mirando al exterior.

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Mi madre, mi hermano Roberto y yo junto a la caseta de la OJE

A la derecha, enfrente, estuvo la discoteca de verano de la OJE, que, al igual que la anterior, trasladaba sus instalaciones cuando acababa el invierno. Allí, además, esta organización juvenil del Régimen celebraba actos y competiciones de deportes de salón, como ajedrez, tenis de mesa, etc. Sus arcos de ladrillo, enrejados y también blancos, como sus muros, tenían entrañable sabor. Ambas casetas, que compitieron por captar a los jóvenes de varias generaciones, desaparecieron con las obras de los años 90, dejando libres sus solares, que algunas veces fueron ocupados por los “chiringuitos de verano”, establecimientos provisionales que tuvieron bastante éxito durante algún tiempo, idea de Rafalín Campanario, cuya estela siguieron varios hosteleros después y que terminaron desapareciendo por los problemas del volumen de la música.

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Otros elementos esenciales el lugar eran los quioscos de helados, el de Los Valencianos, a la entrada, y el de Luis Ruiz, “el bollito”, en el interior. Objetos de deseo insuperable de todos los tiempos, sobre todo para los “paseantes” de menor edad.

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Rafael Lopera, en el centro con otros camareros y clientes

Pero lo singular, pues es algo que no se da en muchos pueblos y ciudades, eran y son sus quioscos, los aguaúchos. No en todas partes encontramos un buen número de bares con terrazas al aire libre, reunidos en una extensión de terreno fresca, hermosa y cómoda, pues permite que los padres disfruten del ocio, mientras sus hijos pueden jugar seguros en una amplia zona verde. Desde los primeros tiempos del paseo tenemos noticias de estos establecimientos. Como, por ejemplo, este quiosco, donde vemos, en medio de pie, de camarero, a Rafael Lopera Dugo, el padre de Antonio Lopera Flores, el de la imprenta Higueras, y de Rafael, que tuvo el Bar El Barco, en la esquina de las actuales Avenida de Andalucía, con Blas Infante, ahora clínica veterinaria del establecimiento del popular “Pepe, el de la Paja”. También está el tío del que fue dueño del Bar que había junto a la gasolinera de la entonces Avenida de la Diputación (hoy María Auxiliadora), al que llamaban “el Titi”. Una copia de una foto en mal estado, pero que conserva la visión de lo peculiar de aquellos aguaúchos añejos.

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También antigua es la terraza de Rafael Nieto, del bar Mezquita, el abuelo de mi amigo Federico Navarro, bar que frecuentaba mi padre. Con mi padre, mi hermano Roberto y mi madre, recuerdo haber estado en uno de esos bares, junto a otra obra singular, que todavía pervive, el Quiosco de la Música.

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Banda Municipal de Música. En el centro (con la batuta) el director. También aparecen otros, como su hijo (agachado a la derecha), los hermanos Pepín y Manolín Fernández, «Reina», Paco y Antonio Lora, los «Escupiera», Ortiz, etc.

Entonces actuaba allí la Banda Municipal de Música. Orquesta a cargo del maestro Angel Martínez de Chomón, padre del policía municipal Angel Martínez Calderón, al que vemos en la fotografía de la inauguración del poblado de El Calonge, agachado a la derecha, ya que también formó parte de la banda. Esta banda la componían palmeños del pueblo llano, como un herrero, un carpintero, un herrador de caballerías… y allí se interpretaban fragmentos de zarzuelas, pasodobles y otras piezas populares, que deleitaban los oídos de quienes estaban en las terrazas o paseaban por allí. Su música dejó de oírse siendo yo niño, pero pude saborearla aquella y otras noches de verano.

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También incluyo una imagen de una de las partituras que Angel Martínez de Chomón transcribió para la banda municipal de Albalat de la Ribera (Valencia) donde vivió antes de recalar en Palma. Este hombre nació en Chiva (Valencia), estuvo de director en la banda de música de Albalat de la Ribera desde 1927 hasta 1932 y luego marchó a dirigir la banda de Sumacárcer (Valencia). Se jubiló en Mieres y falleció en Sevilla en 1976, según me contó Salvador Astruells Moreno, musicólogo y autor de la Tesis Doctoral “La Banda Municipal de Valencia y su aportación a la historia de la música valenciana”, que me facilitó la fotografía.

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Junto a la Caseta de la Amistad, en los años 70 se formó la Peña Los Cabales, entre cuyos fundadores se encontraba Miguel Santos. Hoy día sigue funcionando, con un número importante de miembros, muchos de ellos hijos de los primeros socios, como mi mujer. También he conocido otros establecimientos, como el Bar de los Amigos, el Pichi…

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Arroz de apertura de temporada en Bar Guerra

Especialmente he frecuentado el bar Guerra, cuya familia he conocido desde muy joven, siendo su hija Lola, por ejemplo, una de las “niñas de la pandilla” en mi adolescencia y juventud. Allí he pasado muchos y buenos ratos, ya fuese consumiendo (lo poco que podía un joven en los años setenta y ochenta), echando el rato de charla con los amigos, jugando al “quinito” o viendo el fútbol u otra retransmisión destacable en la televisión que instalan en verano. Era un local especialmente “señalado” por ser frecuentado en tiempos de la clandestinidad por los “elementos subversivos” (como se decía entonces), al ir mucho allí miembros de las organizaciones comunistas y sindicales del pueblo. También era conocido por “el bar de los perros”, al tener en su decoración tras la barra, hace años, un cuadro con esos animales. Todavía sigue siendo un lugar habitual de nuestras noches de primavera-verano, ya reformado y en manos de Pepito, uno de los hijos de Juan y Serafina (excelente cocinera de la que recuerdo especialmente los callos), junto a su mujer, su cuñado Juan José y su hermana Eloísa.

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«Manzano» y su mujer en la barra

En frente a la entrada, estaba el Quiosco de Manzano, de Francisco Muñoz Manzano, padre de “Chiqui”, Francisco Muñoz Vera (al que agradezco que me haya cedido ésta y otras fotografías), oficial albañil del ayuntamiento. Francisco compró el quiosco en 1973 o 1974 a las hermanas Torres. De él recuerdo un juego con una rana de metal, en cuya boca había que introducir unas fichas. En una puerta lateral se veían los números de los cupones de la ONCE, que siempre escribían con tiza para que los clientes supiesen el número premiado.

San Francisco

Iglesia de San Francisco, con la antigua valla (Foto Miguel Santos)

Había y hay otros quioscos. Nombres, además de los citados, como Mario, “Pollina”, “Peporro”, El vaporcito, Adolfo, Mínguez, Venus (Oliver), Rafael García “el cuquillo”, “El Primo”, el de las roscas, la pizzería… a los que uniremos más que seguro que recordaréis, y que componen la historia reciente de los establecimientos de este bendito lugar. Lugares donde encontrarse con los amigos, quedar con la familia y pasar un buen rato. Como los que no me resisto a rememorar y que disfrutamos muchas veces con Domingo Hidalgo, el abuelo de Manolo Pérez, que vivía en los pisos más recientes de San Francisco. Domingo pasaba mucho el tiempo en el Paseo ya jubilado, y no era raro que, si pasásemos por allí, nos llamara para invitarnos en algún quiosco.

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El Paseo está junto a uno de los barrios populares de Palma, el barrio de San Francisco, nombre lógico por la iglesia y antiguo convento franciscano, hoy hotel, que lo definen. A la entrada del Paseo, en la avenida Pío XII, estaba el cine Coliseo España de la familia Jerez. Cine de verano que compró el ayuntamiento y hoy día es el Teatro Coliseo. Antes fue Caseta Municipal y bar de verano que, por ejemplo, regentó Manolo Pérez. Cine de verano también del área de cultura. De niño íbamos a las azoteas de los pisos de San Francisco (los “blancos”, los primeros en construirse, en 1957 por la Obra Sindical del Hogar) para ver el cine gratis. En esos pisos vivió mi tío Rafalito, hermano de mi madre, con su mujer, Frasquita, cuando se vino de Madrid, ya jubilado y muy mayor. Y también vivían allí otros antiguos compañeros de colegio, como en los otros bloques de viviendas sociales posteriores.

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En esa avenida Pío XII también estuvo el Bar Romero, una fábrica de terrazos, que compró Paco Castillo, para su cine de verano (hoy salón de celebraciones Reina Victoria) o los locales de “El gallero” y el taller de Palma, “el civiquito”, frente al Jardín Reina Victoria. Por la otra parte, tras la calle Portada, la pensión de Castillo, el Bar de Charneca, la piscina de la pensión y, posteriormente el salón de celebraciones de Paco Castillo (“Al Capone”) y las cocheras. También recordamos el Bar Charito, la casa de Campanario, el de la droguería, la casa de González el jardinero, la carpintería de Nieto o el bar de Cabrera, San Francisco, dando a la plaza, donde años más tarde el ayuntamiento levantó una fuente, con piedras de molino de aceite, que dio mucho que hablar, y luego fue sustituida por la fuente actual.

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Mi madre (a la derecha) con amigas en el Paseo (el quiosco de la música no tenía pérgola, solo la valla y las farolas estaban en el centro del albero

Muchas cosas más se podrían decir del Paseo y del Barrio de San Francisco, pero por hoy hacemos una pausa. Seguro que para muchos de vosotros, como para la mayoría de los palmeños, estos espacios encierran un cúmulo de recuerdos que podemos compartir. Y los que seguirán provocando.

Los cines de verano de antaño, en Palma del Río

AMPRimg348Como estoy viendo que en el Facebook se está repitiendo el enlace de este antiguo post del viejo blog Celtibético, muy apropiado para las fechas en que estamos, y que recibió gran número de visitas y comentarios en su día (junio de 2014), y lógicamente, no se puede ver en ese blog (todavía bloqueado por Blogger), os vuelvo a publicar la entrada de entonces, incluyendo alguna foto nueva, facilitada por José Luis de las Heras. Disfrutad.

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Pantalla del Popular Cinema

Los cines de verano de antaño, en Palma del Río

Ahora que ha llegado el calor en su máxima expresión, como si estuviésemos ya en verano, apetece recordar aquellos lugares que eran esenciales para pasar las noches cálidas de nuestra ciudad, como, por ejemplo, los cines de verano. Palma del Río tenía tres cines de verano en mi niñez y juventud: el Cine o Cinema Jardín, el Coliseo España y el Popular Cinema.

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Cines San Miguel y, junto a él, Cinema Jardín

El Cinema Jardín, se situaba junto al Cine San Miguel, en la Calle Alamillos. Se llamaba así, supongo, por las plantas que lo adornaban en la entrada y en el interior, unas enredaderas alojadas en celosías, creo que de color verde (si no me falla la memoria) muy llamativas. Era una terraza al aire libre que compartía máquinas proyectoras con el Cine San Miguel, que se volvían hacia cada local, según la temporada. La pantalla se colocaba en la parte más cercana a la calle Ana de Santiago.

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Calle Alamillos, donde estuvo el San Miguel y el Cinema Jardín, en la actualidad

Fui pocas veces a este cine, que fue el primero que cerró. Recuerdo una vez a mi madre decirme que íbamos a ir “al cine de la sábana blanca”, cuando mi hermana Mari se iba allí con las amigas y queríamos acompañarle. Se refería a que nos iba a acostar temprano, así que mejor olvidarse de la película. Tal vez pensase en la fama que tenía de que en sus sillas de anea se criaban chinches, y no tenía ganas de correr el peligro de los parásitos, frecuentes entonces en las zonas más modestas.

Carteleras-Guadalgenil-1959aOtro de los cines, que duró más tiempo en funcionamiento, fue el Cine Coliseo España. En 1932 el ayuntamiento autorizó a Miguel Jerez y Jerez (médico titular y funcionario municipal) a la construcción de un “teatro de mampostería para espectáculos de verano”, cediéndole el terreno para ello en el Llano de San Francisco (La Segunda República en Palma del Río, 1931-1936, Juan Antonio Zamora Caro y Joaquín de Alba Carmona. Editorial Coleopar Ceparia). En su terraza se llevaron a cabo todo tipo de espectáculos: teatrales, musicales (del gusto de la época, como la copla) y, por supuesto, proyecciones de películas. También recuerdo alguna “Naranjá flamenca” (festival de los que se pusieron de moda en los ochenta) organizado por la Peña Flamenca La Soleá.

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El Coliseo España

Posteriormente a su construcción se edificarían los pisos del Paseo, desde los que vimos más de una película de las que se proyectaban en el cine (sobre todo las que no nos dejarían ver por la edad), en la azotea del bloque donde vivían compañeros del Colegio San Sebastián.

El cine lo compró el ayuntamiento en los años ochenta para caseta municipal. Funcionó así algún tiempo, además de como bar y zona para espectáculos del Área de Cultura, incluido el cine de verano. Se ideó alguna fórmula de techarlo provisionalmente para su uso en invierno, pero finalmente se encargó un proyecto de teatro de nueva construcción, aunque reconstruyendo la primitiva fachada, como recuerdo de la anterior. Hoy día es el Teatro Coliseo, donde se desarrolla cada año parte de los espectáculos de la Feria de Teatro en el Sur, otras actividades culturales e institucionales, tanto públicas como organizadas por entidades privadas, y en contadas ocasiones se ha proyectado también cine.

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Popular Cinema, sillas y cabina de proyección

El Popular Cinema, era también conocido como el cine de la Calle Belén. Fue el último cine de verano privado durante bastantes años, hasta que se cerró para edificar viviendas, como le pasó al Cine San Miguel, aunque éste estuviese abandonado durante bastante tiempo en espera de un proyecto que le diese uso (solo fue empleado por el ayuntamiento durante algunas ediciones de la muestra de murgas del Carnaval). En este cine de verano, recuerdo haber visto, por ejemplo la entonces muy popular “Fiebre del sábado noche” (1977), todavía sin ser mayor de edad, como la mayoría de los asistentes, por lo que al salir al inicio de la proyección la indicación de que estaba autorizada para mayores de 18 años, las carcajadas llenaron la noche veraniega como si de un magnífico gag humorístico se tratase. Nadie podía resistirse a la moda de la música discotequera que esta película impulsó entonces. También asistí a otras películas y espectáculos musicales allí. Así como nos “colamos” más de una vez, viendo la película desde la azotea de los pisos de la Calle Belén, donde vivía mi amigo Manolo Pérez, aunque con mayor distancia que en el caso del Coliseo.

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Comunes a todos ellos, eran los “esenciales” servicios que prestaban al cliente. El puesto de pipas, chucherías, garrapiñadas, altramuces (chochos), por ejemplo, aunque también en los alrededores se instalasen comercios semejantes, la mayoría ambulantes, para surtir a los que iban a pasar allí la noche. Las pipas y otras chucherías, como las palomitas, parecen que están indisolublemente unidas a la contemplación cinematográfica. También había quien llevaba un botijo con agua fresca para que bebieran “a peseta la jartá”. Tal vez fue en el Cinema Jardín, donde lo hacía un tal Valdeón del que me han hablado algunas veces.

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Las carteleras de la «Plaza del Guardia»

El uso de sillas de anea fue nota característica durante algún tiempo. De ahí que del Cinema Jardín se dijera que en ellas se criaban chinches. Algo que pasaría en los demás también. Luego se impuso el uso de sillas y sillones de metal, como las que se usaban en las terrazas de los bares. Los ambigús, para el consumo de bebidas y refrescos, también se fueron generalizando con el aumento del nivel de vida, recordando, por ejemplo, el de Rafael Nieto. En cada cine encontramos unos comunes empleados: operador, taquilleros, control de entrada, barrenderos (por las cáscaras de pipas y otros residuos), acomodadores (que hacían las veces de vigilantes para mantener el orden durante la proyección). Estos cines, como las salas de invierno, anunciaban sus películas, además de en los medios locales, como la Revista Guadalgenil, en las conocidas “carteleras” que había repartidas en diversos puntos del casco urbano, sustituyendo a las de las salas cerradas durante el verano. Y funcionaban con sesiones diarias, lo que les hacía más atractivos.

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En el Paseo los titulares del antiguo Quiosco Manzano, con la fachada del antiguo cine de Paco Castillo al fondo

Habría que resaltar la importancia de los cines, y especialmente la de los cines de verano, en estos tiempos individualistas que vivimos. Eran un entretenimiento ideal y no caro para las noches calurosas, donde se cimentaba la amistad, la convivencia y las relaciones familiares. Un motivo para tomar un refresco, y salir a pasear. Nos ponía en contacto con el mundo que nos rodeaba, estrechando, al mismo tiempo, los lazos de vecindad. Un motivo de añoranza, repleta de emotividad. Algo que se perdió y se está perdiendo en otras partes, donde tienen a gala la conservación de estas instituciones sociales, como pasa en Córdoba capital.

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Foto aérea del Paseo con las naves que adquirió Paco Castillo para el cine

Los últimos cines de verano que hemos tenido en Palma, tras varios periodos de largos años sin nada, fueron el de Paco Castillo en la Avenida de Pío XII, cuyo solar ocupa hoy salón de celebraciones Reina Victoria. Y el que hubo en el lugar que alberga hoy día el Espacio Joven, en la Barriada del V Centenario, junto al Colegio Ferrobús.

juventudEl cine de verano se limita en la actualidad a las proyecciones que realiza el ayuntamiento en la temporada estival tanto en el Jardín Reina Victoria, como por diferentes barrios, donde hay plaza para las proyecciones. En ellas los vecinos se llevan su propia silla, sillón o tumbona para ver la proyección al aire libre. Y algunos hasta mesas de camping para degustar la cena o un tentempié, durante la película. Algo que nos recuerda aquellos gloriosos días en que disfrutábamos del séptimo arte en aquellas salas al aire libre, durante las cálidas noches del verano palmeño.