El convento de Santa Clara

DSC_2978El convento de Santa Clara es una de las joyas histórico-artísticas que tenemos en Palma del Río. De él he tenido ocasión de hablar en varias entradas del viejo Celtibético.

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Entrada del arco a la Calle Santa Clara, con la torre de la Muralla, donde se ve todavía el depósito de Industrias Ortiz (Foto Miguel Santos Enríquez)

La Historia nos dice que es un monasterio que fundó el Caballero Veinticuatro de la ciudad de Córdoba Juan Manosalbas, en el siglo XVI, gracias a unas propiedades que tenía en Palma, y en virtud de una bula dada en Roma el 13 de marzo de 1498 por el papa Alejandro VI. Los condes de Palma, Luis Portocarrero y Francisca Manrique, años después, aumentaron el patrimonio y los edificios del convento, llegando las primeras monjas, desde el monasterio de Santa Clara de Andújar, en 1510.

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Desde entonces, esta institución ha tenido un papel importante en nuestra ciudad. Es en el siglo XX cuando desaparece como tal. Durante la II República sufrió los ataques de ciudadanos enfurecidos en los sucesos del 19 y 20 de febrero de 1936, cuando hubo un enfrentamiento entre jóvenes de izquierda y derecha, tras las muestras de alegría callejera por la victoria del Frente Popular, que desembocó en el asalto del Casino, sede de Acción Popular (actual Plaza de España). Al no actuar las autoridades, los partidarios de los nuevos gobernantes, movidos por la revancha de la explotación a la que se veían sometidas las clases populares, asaltaron viviendas particulares de vecinos adinerados, algunos centros oficiales, además de edificios religiosos, como la Parroquia de la Asunción, la iglesia de San Francisco y los conventos de Santo Domingo y Santa Clara, provocando cuantiosos y graves destrozos (además de obras de arte, por ejemplo, se perdieron los archivos parroquiales donde constaban los nacimientos de vecinos desde la Edad Media).

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Durante la Guerra Civil las monjas clarisas abandonaron el convento, volviendo tras su finalización, cuando allí se instaló el Auxilio Social, de la Falange, en los primeros tiempos del régimen de Franco.

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Su salida definitiva fue en noviembre de 1970, quedando el monumento cerrado y abandonado durante muchos años, sujeto a asaltos, vandalismo y a la ruina por el paso del tiempo y la falta de cuidados.

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Ya en tiempos de la Transición democrática el ayuntamiento palmeño compró una parte (la más deteriorada y con menos valor) al Obispado de Córdoba y consiguió la cesión de la otra parte del edificio para hacerse cargo de su mantenimiento y restauración, con fines culturales.

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Arreglo de techumbre (Foto Archivo Diputación de Córdoba)

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Fachada antes de su restauración (Foto Archivo Diputación de Córdoba)

Siendo Manuel Nieto Cumplido delegado del Ministerio de Cultura en Córdoba, procedieron a realizar obras de consolidación de los tejados del claustro, que fue sustituido por placas de fibrocemento en parte, y apuntalando la techumbre.

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En 1997, tras unas copiosas lluvias, que produjeron inundaciones, una parte del edificio del antiguo convento se derrumbó. Eso hizo que se acometieran las primeras obras de entidad para la recuperación del edificio abandonado.

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Coro, años 80, antes de restaurar (Foto Carmelo Expósito)

Varias escuelas-taller se hicieron cargo de reconstruir la parte municipal con la idea de hacer un centro de hospedaje, recuperando las antiguas celdas, el cementerio (vacío desde la salida de las últimas monjas) y zonas aledañas, como el huerto (convertido en jardín) y el patio del limón.

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Seguidamente se acometió la restauración del claustro de origen mudéjar (con elementos de otros estilos posteriores del XVI), la parte de más valor artístico, y las dependencias que lo rodean, además de la iglesia (siglo XVIII), cuya finalidad era la de albergar el Museo Municipal y ser dependencias administrativas municipales, con salón de plenos incluido.

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Espadaña de Santa Clara 1955 (Foto de Miguel Santos Enríquez)

El convenio de cesión con el Obispado autorizaba a la realización de dichas obras, pero la intención de sucesivas corporaciones municipales era adquirir la parte propiedad eclesiástica, para ser titular del edificio completo. Por eso se llegó a un acuerdo con el Obispado, siendo cabeza de la diócesis cordobesa Juan José Asenjo (que desde 2009 es arzobispo de Sevilla), para permutar esa parte todavía de su propiedad por un edificio de nueva construcción en la barriada conocida popularmente como del V Centenario, con destino a ser una nueva iglesia.

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Claustro, antes de su restauración, años 80 (Foto Carmelo Expósito)

Ahora hemos conocido que el Ayuntamiento palmeño ha llegado a un nuevo acuerdo con el Obispado cordobés, por el que le comprará a éste su parte en Santa Clara por un millón y medio de euros aproximadamente, renunciándose a la permuta por el edificio, que todavía no está terminado. La intención es que este edificio se acabe como instalación de la nueva Biblioteca Municipal, cuya ubicación en esta zona había recomendado una comisión de expertos y ciudadanía, creada para este fin.

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Parece que, por fin, este asunto de la recuperación para todos los palmeños del preciado monumento, escondido en la clausura durante siglos y abandonado y ruinoso en el siglo pasado, va a culminar con éxito. Y encima tendremos otro centro cultural, muy interesante y necesario para toda la población de Palma del Río, en la barriada donde vivo. Bienvenido sea el nuevo acuerdo y ojalá se haga pronto feliz realidad.

El guardia de tráfico

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Una de las imágenes que recordamos de la infancia es a Cleries (padre de nuestra amiga Mª Carmen Fuentes), el guardia municipal, con su gran altura y parsimonia habitual, al desenvolverse y al hablar (casi sin mover su fino bigote), montado en la bicicleta y advirtiendo a los niños que jugaban en la calle que se comportaran correctamente, pues, si no, les tendría que denunciar. Eran los tiempos en que la policía local (entones policía municipal, o «los municipales») se desplazaba por el casco urbano de Palma del Río a pie o en bicicleta, pues no disponían de vehículos motorizados.

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La Plaza del Guardia, en 1960. Foto de José de las Heras

Cuando entré como concejal por primera vez en el ayuntamiento palmeño, en 1983, la corporación anterior, ya les había comprado un coche de policía, concretamente un Citroën Mehari, color crema, con carrocería de plástico y descapotable, sin más distintivos y equipamiento que la pegatina con su nombre y el escudo de Palma. Pronto llegaron a tener walkie talkies para comunicarse entre ellos y después un radio transmisor en el coche. Hasta hoy día, diferentes vehículos han servido para sus desplazamientos, disponiendo incluso uno equipado con material para hacer pruebas de alcoholemia, proporcionado por la Dirección General de Tráfico.

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El antiguo Cuartel de la Guardia Municipal, esquina calle Virgen del Rosario (frente al Bar Guanche). Foto de Gloria García Sánchez.

De los tiempos que hablaba al principio, y otros de los que me han hablado, recuerdo a guardias municipales, como el citado Fuentes Cleries, Mariano Peral, Ángel Martínez (el hijo de Ángel Martínez de Chomón, el director de la banda municipal de música), al apodado «Rosilla», a Muñoz Cervera (cuya mujer tenía una tienda en la calle Ana de Santiago, cerca de la casa de mi tío Emilio), a José Carrasco (padre del anterior jefe de la policía), a Mariano Navarro, a Ortiz (que también fue jefe), a Damián González (padre del antiguo dueño del pub Mochu, del Río Seco), a Rafael Siles, a Díaz, al apodado «Poleo», a Peso, a Julián, a “Reina” (que acompañaba al padre de José Felipe Cardenete, cuando venía a Palma a la inspección de pesas y medidas), al apodado “Perdigón”, a Navarro “Correo” (al padre y su hijo Juan)… Una plantilla de agentes que se fue renovando con el tiempo, tras las correspondientes jubilaciones, y mejorando en medios.

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La plaza del guardia (foto publicada por Saxoferreo)

También de épocas pasadas es la fotografía que encabeza esta entrada, cuyo autor en Miguel Santos Enríquez, el padre de Ana. En ella aparece un guardia municipal, con su bicicleta. Se trata de un policía que no conocía, pues falleció hace unos 50 años con 34 años de edad, Francisco Morales Ferrari, tío de Juan Morales, que tuvo el bar del Polideportivo hasta hace no mucho tiempo (logró identificarlo a través de otro tío suyo, cuando publiqué por primera vez esta fotografía). Está en la calle Muñoz (entonces llamada Capitán Cortés), pues a la derecha se aprecia una casa con mástil de bandera y rótulo en la fachada (entre las dos ventanas de la planta alta), que debía ser la antigua casa de Correos (también se aprecia el buzón en la fachada), antes de su traslado a la plaza de Andalucía; a la izquierda la casa de la Compañía Sevillana, y al fondo vemos una casa de la calle Barbera (antes Teniente Molero).

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La plaza del guardia en invierno, con el Banco Hispano provisional (por obras) y Gademar. Foto Archivo Municipal

La placa con el escudo de Palma, que hay debajo del faro de la bicicleta, nos indica que formaba parte de un servicio especial, el de Tráfico. Debe ser verano pues el niño que vemos detrás usa pantalón corto y camisa de manga corta. El agente lleva el uniforme de aquellos tiempos, aunque sin chaqueta, un uniforme de color gris, como los de otros cuerpos de policía (como los de la policía armada, de triste memoria, a los que llamábamos, por ello, los «grises»), con gorra de plato, correaje y cinturón blanco, y corbata oscura.

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Mariano Peral, junto a la peana en la plaza del guardia, con el autobús de Manzano, entre el BHA y la casa de Julio Muñoz. Foto del Archivo Municipal

Asimismo vemos en diferentes fotografías, que otros agentes vestían uniforme blanco y casco similar a los de la policía británica, cuando realizaban labores de regulación de la circulación. No se aprecia que porte ni armamento ni defensas (porra), por estar encargado del control de tráfico, algo normal en los tiempos en que el tránsito de vehículos a motor no era tan denso como hoy día, lo que permitía que numerosas calles de Palma tuviesen dos sentidos de circulación, haciéndose necesaria en ocasiones la intervención de los agentes de tráfico, para desatascar las vías, como pasaba en algunas encrucijadas, como la Plaza del Guardia, que ya comenté otro día.

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Foto de la plantilla de la Policía en otros tiempos: Ortiz, Fuentes Cleries, Peso, Muñoz Cervera, Mariano Navarro, «Perdigón», Mariano Peral, Navarro («Correo»), «Poleo» y otros (Foto cedida por Horacio Almenara a mi cuñado Ramón)

El guardia de tráfico, con su bicicleta, es un retrato vivo de otros tiempos, y refleja una época en que la circulación no nos daba tantos quebraderos de cabeza, como en la actualidad. Un recuerdo de aquellos momentos en que todavía se podía jugar y convivir con el vecindario en plena calle.

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En medio del caos que estamos viviendo con el referéndum organizado por la Generalidad catalana el pasado 1 de octubre, ilegal y suspendido por el Tribunal Constitucional, la «no-se-sabe-si» declarada independencia de Cataluña posterior, y todo lo que ello está dando de sí, más de uno ha empleado el argumento, en su defensa, de que los catalanes se han pronunciado votando sobre su futuro, a diferencia del régimen del 78, cuyo rey no ha sido elegido, ni los españoles se han pronunciado sobre monarquía o república. Aparte de que es una falacia dicho argumento, pues la decisión fue tomada con la Constitución de 1978, ratificada en referéndum el 6 de diciembre de dicho año, en nuestra historia reciente encontramos otro referéndum donde el pueblo español se pronunció sobre si su Estado debía ser un Reino: el referéndum de la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado de 1947. En esta consulta, celebrada el 6 de junio de ese año, se aprobó, por un 89, 86% del censo, entre otras cosas, que España se constituyera en Reino, que Franco fuese Jefe del Estado vitalicio, la creación del Consejo del Reino (disuelto con la Constitución de 1978) y que Franco propusiese a las Cortes a su sucesor, «a título de Rey o Regente», como efectivamente sucedió en 1969, cuando nombró a Juan Carlos de Borbón «Príncipe de España», como sucesor a título de Rey, tras su muerte.

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Es decir, que el pueblo español decidió mayoritariamente, con su voto («Volem votar!»), que España se convirtiese en monarquía y que el Rey fuese el sucesor del dictador, a su fallecimiento. Así que no sería cierto, como nos dicen algunos, que no se haya votado esta monarquía. A mí me hubiera gustado que, a la muerte de Franco, hubiésemos podido elegir entre monarquía o república, pero no es ilegítimo que tengamos monarquía, pues, además, así fue confirmada en el referéndum constitucional de 1978. Algunos dirán que la consulta de Franco no fue una consulta democrática… y es verdad. Votar no significa elegir democráticamente, no es lo mismo. Eso lo hemos visto en el referéndum ilegal del 1 de octubre: no había censo oficial, se pudo votar más de una vez (como se ha comprobado en más de un caso), no había un órgano imparcial o judicial que verificase la votación y el escrutinio, el recuento fue «clandestino», se vivió un clima de acoso y coacción hacia los no partidarios del referéndum, la misma consulta estaba orientada para que saliese el objetivo de los convocantes (la independencia), no había garantías de imparcialidad y de derechos de todas las opciones, etc. Lo mismo que en ese referéndum de 1947 ¿no?, nos dirán los partidarios del derribo del «régimen del 78». De este modo, si lo importante «era votar» («Volem votar!») y eso era lo democrático el 1 de octubre, también fue democrático el 6 de junio de 1947, porque los españoles votaron. Y, si este no vale, aquel tampoco. Como diría un castizo: «o todos moros, o todos cristianos». Con Franco ya se bailaba el mambo. El mambo de las falacias.

(En las imágenes, certificados de votación en el referéndum de 1947, en Palma del Río, donde aparecen como votantes familiares de Antonio Lopera Flores, que me facilitó las copias)

La Palma de los sesenta y setenta: El Bar Charneca

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En este recorrido por la geografía evocadora palmeña que venimos realizando, hoy nos vamos a detener en otro punto importante que, tal vez no pase a la historia de nuestra ciudad, como sus numerosos monumentos, pero sin duda debe tener un lugar destacado entre los enclaves con renombre y sabor popular, el Bar Charneca. Para ello me serviré de varias fotografías cedidas por su familia, y alguna más.

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Manuel Ruiz Peso, “Charneca”, era hijo Manuel Ruiz y Belén Peso, posiblemente prima de mi abuelo Sebastián. Este matrimonio, entre otras actividades, surtía de agua potable a la población por los años 40 y 50, gracias al pozo que había en su casa en la Calle Nueva (entonces Écija), frente a la Calle Sánchez. Mi hermano mayor, Pepe, bebió alguna vez de ese pozo al ser amigo de uno de sus nietos. La abuela de Anamari, Concepción, era hermana de Charneca, con lo que mi relación con él se puede atisbar por varios frentes. En el libro de Dominique Lapierre y Larry Collins, “O llevarás luto por mí”, se le nombra varias veces, aunque se le llama “Pedro Charneca”, cambiándole el nombre de pila y haciendo de su apodo el apellido.

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El bar estaba situado en la Avenida de Pio XII y cerró hace bastantes años. Era el primer edificio de esta calle, entrando por la calle Portada, hacia la izquierda, en dirección a San Francisco, después de la casa de Huéspedes Castillo. Un local no muy grande que lucía una marquesina, que perduró tiempo después de cerrar, además del toldo que lucía el nombre comercial del establecimiento.

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La entrada, con la marquesina, la vemos en la foto, aproximadamente de 1956, con Mari Díaz Ruiz, sobrina de Charneca, la tía Conchita (hermana menor de mi suegra) y Mari Pepa, sobrina de ésta. Detrás, a la izquierda, se ve el puesto de turrón de la tía Amelia, casada con un hermano de mi suegra, feriante ecijana que solía instalar otro puesto de juguetes delante del Bar Guerra, antes de las obras de remodelación del Paseo y el nuevo Recinto Ferial de 1991. La imagen, muestra esos momentos de gran afluencia de clientes en las ferias, debido a su excelente ubicación cercana al Paseo.

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Charneca montó el bar con el dinero que le quedó de cuando le tocó la lotería en 1940 y se gastó la mayoría de las 90.000 pesetas (un capital entonces) en fiestas, cuando se trasladó a Sevilla. Lo cuentan Lapierre y Collins en su libro, y me lo han confirmado en la familia. Manuel había sido camarero y conocía bien el negocio. Su establecimiento se distinguió por el ambiente taurino, ya que era gran aficionado a los toros, habiendo sido incluso becerrista en su juventud. Nos dicen que se gastaba grandes cantidades en teléfono para conocer el resultado de las principales corridas de toda España, y luego lo anunciaba en una pizarra colgada en la puerta del bar.

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El bar estaba adornado con numerosos carteles taurinos y fotografías de toreros, divisas de las ganaderías y alguna cabeza disecada de un astado. Parece que Manuel Benítez, “El cordobés”, encontró su vocación observando semejante decorado, como otros chavales palmeños. De hecho, Charneca fue uno de los más firmes defensores del torero, colocando diferentes fotografías del diestro en su local y convirtiéndolo en “Peña El Cordobés”, como vemos en la imagen. En su establecimiento se daban cita, además de muchos humildes trabajadores del barrio, bastantes personajes del mundo del torero, tan de moda en los años 60 y 70 del siglo pasado. El bar llegó a convertirse en un santuario del mundo taurino local, con trascendencia nacional en los tiempos en que “El Cordobés” fue un personaje popular y mediático, incluso a nivel internacional, siendo usado por el Régimen de Franco como un “embajador” de la España que quería abrirse al mundo, tras la posguerra.

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Mi familia no era asidua del local, solo lo recuerdo al verlo cuando pasábamos por allí, sobre todo en las ferias. Sí fui más de una vez a la otra peña taurina que había en los años 60 en Palma, la Peña “El Palmeño”, dedicada a Manuel Fuillerat Nieto, “Palmeño”, hijo de Julio Fuillerat García, la otra figura taurina local de los primeros años 60. Estaba entre la actual Plaza de España y la Travesía Alamillos, y creo que mi padre era socio. Y eso, tal vez, más por la cercanía a la Farmacia de Chacón, donde prestaba sus servicios, que el que un primo mío se hubiese casado con una hermana de este torero.

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Volviendo a Charneca, hemos de recordar que siguió a Manuel Benítez en muchos de los lugares en los que toreó, organizando excursiones para ver sus corridas y gozó de su amistad hasta su muerte. En algunas fotografías le vemos en compañía del torero, junto a otros palmeños. Mi tío Emilio, el carnicero, junto a sus hijos, también tuvieron lógicas relaciones de negocio tanto con el torero como nuestro barman.

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Junto al bar, Paco Castillo levantó un local de bodas (donde antes tuvo la primera piscina de Palma, que se ve en la tercera fotografía) que ha visto pasar muchas celebraciones de todo tipo, incluso actos políticos durante la Transición. Yo mismo participé allí en el primer mitin en el que hablé, en la campaña de las elecciones municipales de 1983. La foto de una celebración que supervisa Manuel “Charneca”, está situada en ese salón. Muchas veces el local se complementaba con la nave de aparcamientos que tenía contigua el mismo empresario. Como hizo mi hermano Roberto cuando su boda. Manolo servía bodas y otros ágapes, además de atender su bar. Allí empezó su sobrino Manuel Díaz Ruiz, que luego montó con su esposa Victoria Sánchez el Catering Virgen de Belén, negocio que mantienen sus hijas en estos tiempos.

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Manuel “Charneca” enviudó, sin tener hijos, y durante mucho tiempo convivió con su cuñada, a la que tenía empleada en el bar. Cuando cerró el bar, un pedacito de la historia popular de nuestra ciudad cerró sus puertas, coincidiendo con el declive de lo taurino. Elemento que se quiso utilizar para reclamo o seña de identidad local, debido al gran número de aficionados y a algunos profesionales del toreo que dio nuestro pueblo. El cartel en forma de burladero que había en la antigua carretera, tanto por la entrada desde Peñaflor como por la de Córdoba, con la inscripción “Palma del Río, cuna de grandes toreros”, era una señal clara de ese intento de “vender” Palma en su vertiente taurina. El cierre de las Peñas, tanto la del Palmeño, como la de El Cordobés, cuando se cerró el Bar Charneca, sin duda, simbolizó la decadencia de este arte en nuestro pueblo, y su casi desaparición hasta fechas recientes en que parece que hay quien intenta darle nuevos bríos. Queden estas imágenes y estas palabras como recuerdo de aquellas viejas glorias.