Murió Francisco Santos, el de las tortillas

El domingo 25 murió, con 94 años, Francisco Santos, el regente de la taberna que hay junto a la Mezquita de Córdoba, la Taberna Santos, famosa por sus grandes tortillas de patata. Un local pequeñito al que muchísima gente acudía a degustar un pincho de su famosa tortilla de varios kilos, casi siempre fuera del local, haciendo largas colas, junto a los muros del también famoso antiguo templo musulmán cordobés de la época califal.

De joven, cuando estudiaba Derecho en la Universidad de Córdoba, fui muchas veces a esa taberna. Uno años viví en el piso de mi amigo Leonardo, con el que estoy en la foto, y la teníamos cerca. Su dueño era un tipo magnífico, de buen trato y su exquisita tortilla nos sirvió más de una vez de cena. Hablamos de hace más de 35 años (¡como pasa el tiempo!), pero todavía sigue existiendo. De esta foto hace más de once años, cuando Ana y yo fuimos a Córdoba a pasar el día, y nos encontramos con Leo, y degustamos su tortilla, recordando vivencias de juventud, como comenté en una entrada del blog.

Espero que su recuerdo, encarnado en su taberna y en sus tortillas, siga presente entre nosotros.

40 aniversario del pub Lord Byron, El Pub

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Estamos en 2020, y en 1980 surgió el primer pub en Palma del Río, el Pub Lord Byron. En este año se cumple, por tanto, el cuarenta aniversario de su fundación (que fue concretamente el 14 de febrero de 1980). Estaba situado en la calle Ancha, en el bajo comercial de los pisos de la familia Morales. Se anunció como «English pub», un bar estilo inglés, en cuya decoración se recreaba una taberna típica del Reino Unido. Lo abrieron la familia Morales (los hermanos Jesús, Manolo, Mariano, Óscar y Cesar) aunque Jesús era quien se hizo cargo del establecimiento. Luego abrirían la Pizzería Michelangelo (Mariano), el Disco-Pub Lord Byron y la taberna (o bodeguita) Lord Byron (ambos Jesús), en la planta baja del Edificio Santiago, el que se hicieron en el barrio de Goya. Era un lugar de encuentro, una especie de club de amigos, donde hallar, además de diversión, complicidad, confianza y afecto entre los clientes y respecto de los que allí trabajaban. Una especie de Cheer`s (el de la serie de televisión) de Palma.

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La familia morales en la Bodeguita o taberna Lord Byron (foto del Facebook familiar)

Debido a su éxito, posteriormente en Palma se abrieron muchos pubs: el Gardiner, el Decuma (luego, el pub Chico), el TXSKO, el Alamillos Street, el Tiziano, el Blandi (primero Azahara, el del “porcelanosa”), el Waikiki, el Túnel (después +kná), Venus, el Pelotazo (antes Rusticana), el Zulú (luego el del Mochu, el 127), el Cubo´s (más como disco-pub, luego Coco-bongo), el Patio, el Saratoga, cada uno con su estilo y personalidad… pero el Lord Byron no era un pub más, era “el pub” por antonomasia. Dio la campanada, y mantuvo su afluencia hasta su cierre, pasando a manos de otros gerentes, con otros nombres, tras el retiro de Jesús.

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Jesús, en carnaval, con dos clientes disfrazados

El Lord Byron lo dirigía Jesús Morales, con su oronda y feliz corpulencia de maestro cervecero. Una anatomía resaltada de mofletes colorados, y amplia sonrisa, no escondida en su perenne barba. Todo simpatía y ganas de hacer amigos. Era como un Papá Noel tabernero, a la vez bonachón y picaruelo, que se podría pasear por Munich sirviendo cerveza para la concurrencia. Un Baco de pintura barroca. O escanciador de la hidromiel a los dioses del Walhala, mientras walkirias danzan y ríen el son de sus contagiosas carcajadas. Un personaje, sin duda.

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Cenicero del décimo aniversario

Abrió en 1980, cuando acabábamos en el instituto y estuvimos en la inauguración, ya que uno de la pandilla, Manolo Pérez, es familia, primo. Costaba un cerveza un pastón (para nosotros, claro), pero empezaron siendo de tercio, no quintos, ni cañas (más tarde pondrían el grifo y el barril). Pensamos la primera vez que no volveríamos, pues estábamos acostumbrados a los precios del bar el Gallo o el Guerra, por ejemplo, precios para obreros y estudiantes, sin lujos, ni música, ni ambientes foráneos. Te ponían al principio un cuenco con maíz tostado y otros frutos secos (el “pienso”), un atractivo más. Progresivamente fue ampliando el “menú de comidas”: sandwiches, hamburguesas, perritos calientes… en su última etapa pusieron de moda las tostas, cuando instalaron cocina en el rincón derecho de la barra (donde estuvo la diana de dardos).

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Manolo Morales, el «Tomizo» y una clienta

Al local se entraba por una puerta de madera, que asemejaba a una inglesa, con un letrero con la silueta del escritor británico colgado sobre ella, al estilo de los bares de aquellas tierras. Una jardinera con una hiedra y un ventana completaban la fachada. Por esa puerta se accedía al local, en una zona amplia con la pared del hueco de la escalera del edificio al fondo. A la izquierda estaba la barra, sobre una zona más elevada, con unas barandas de madera para proteger a los clientes del escalón. La zona central de la barra estaba retranqueada, para dejar el mismo ancho de pasillo sorteando el hueco de la escalera. Al penetrar nos encontrábamos con otro espacio cuadrangular a la derecha para mesas y bancos, como en el de la entrada, además de los servicios. Al fondo una puerta de emergencia y una ventana, cerca de la barra, donde hubo un juego de dardos y la televisión, más tarde. La decoración se componía, al principio, de láminas, tipo cacería del zorro, caballos y otras estampas decimonónicas inglesas, para completarse, tiempo después, con otros objetos. Un zócalo de madera recorría el local, y la barra tuvo más tarde, además de los estantes para los productos en la pared de atrás, otro armazón encima de la barra.

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Jesús con otro cliente, e ilustre «tabernero» ya fallecido, Manolo Blasco

Un atractivo que tenía y que nos encantaba, es que se podía escuchar la música del momento, por supuesto en Lps de vinilo: Miguel Ríos, Orquesta Mondragón, Radio Futura… Incluso grabamos más de un disco para poder reproducirlo en nuestros cassettes. Jesús siempre tenía actualizada su discoteca, y con nuestra edad, aquello nos hizo frecuentar sus instalaciones, con el éxito de la movida.

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Jesús con Rafa Limones, y «Altomira» el de los azulejos

Nos acostumbramos a ir todos los días y pasábamos muchas horas allí, aunque consumiésemos menos de lo que quisiese el dueño. Los sábados empezábamos la “jornada de fin de semana” allí y luego nos íbamos de discoteca (Tato´s, Omaira-Marathón, El candil…), para volver al pub a “echar la penúltima” antes de irnos para casa. Los fines de semana también nos citábamos al medio día, a echar la cervecita con los amigos. Durante los años que estuvo abierto, muchas amistades se fraguaron allí, también numerosas parejas se formaron (o rompieron) en el pub. En la barra se podía charlar, pues la música no era estridente y de alto volumen. Hasta los camareros se convirtieron en nuestros amigos. Varios pasaron a prestar sus servicios: Flores, Carmelo (tristemente ya fallecido), Antonio, un pariente de los Morales, el Viri (Rafael Cumplido), Tomizo … y otros cuyos nombres ya no recuerdo.

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Uno de los camareros, Flores

Otro atractivo que tenía eran los juegos, con los que amenizar las estancias: la máquinas recreativas, el billar americano, la diana de dardos, los juegos de mesa (dados, tres en raya…). Una excusa más para pasar largos ratos en compañía de amigas y amigos.

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Otro de los camareros, Rafa Cumplido, el «Viri» (foto de su Facebook)

En los años que frecuenté ocurrieron muchas anécdotas, como no podía ser menos. Los primeros cubalibres, las primeras borracheras, los ligoteos. En las tardes de domingo Jesús bajaba el proyector de Super 8 y nos ponía películas. Por las noches cambiaba la temática hacia el cine de adultos (“aquí hay tema” decía Jesús riendo mientras hacía con su brazo un gesto que indicaba el tamaño del miembro del protagonista). Más tarde, con la adquisición de nuevas tecnologías, llegó el vídeo, continuando con las proyecciones, y además las grabaciones, como aquella, que repetimos una y otra vez, del concierto que dio Miguel Ríos en las Ramblas de Barcelona, cuando el campeonato mundial de fútbol de España de 1982, con el disco Rock & Ríos.

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Jesús asomado a la ventana de la C/ Ancha, con unos clientes

A Jesús le gustaba sorprendernos. De vez en cuando aparecía con alguna botella singular, como las que contenían bebidas exóticas (con lagartos y cosas así). También recuerdo el ron de Rute, Virtuoso, que se podía beber sin mezclar con nada. Muchos recuerdos, seguro, que asomarán a las mentes de quienes pasaron por allí y lean estas humildes palabras, con motivo de las cuatro décadas transcurridas desde que apareció el Lord Byron en nuestras vidas.

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Jesús en la fachada original

Como dije al principio, en Palma hubo una época donde se prodigaron muchos pubs, pero el Lord Byron fue, sigue siendo y será siempre (con artículo determinado y mayúsculas)… El Pub. Algo que, sin duda, merece la pena recordar.

Vuelta a La Puebla para la Candelaria

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La fiesta de la Candelaria sigue viva, aunque en algunos lugares haya desaparecido o esté presente con menos vigor que en otros tiempos.  El aumento del nivel de vida, con la lógica mejora en nuestras poblaciones, en lo que a equipamiento urbano se refiere, ha hecho que cada vez haya menos candelas en nuestros pueblos, por los daños que el fuego provoca. Aun así, en algunos puntos de nuestro entorno, cada vez tiene más pujanza. Es el caso de La Puebla de los Infantes, población cercana a Palma del Río, en la Sierra Norte de Sevilla, a la que vamos casi todos los años desde hace una buena temporada, por motivos familiares. La celebración del Encuentro de Paramotores (este año en su 24 edición), además del empuje de los vecinos, potencia, sin duda, esta fiesta popular. El año pasado dediqué una entrada a la visita que realizamos para la Candelaria, y terminé con «El año que viene volveremos.» Así ha ocurrido.

Las candelas que hemos visto, mejor dicho los boliches (el montón de leña) y los muñecos que hemos visto para ser quemados en el fuego ritual, pues nos hemos desplazado por la tarde antes de que prendieran el fuego en cada barrio, han vuelto a tocar temas de actualidad. Muestro algunas fotografías de diferentes zonas.

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La ecología y el futuro de nuestro planeta ha estado presente en buena parte de las candelas. Como esa donde hablaban irónicamente de lo limpias que están las aguas del pantano de José Torán (el embalse que está cerca, y donde se celebra la concentración de paramotores), en el que van a refugiarse animales marinos envenenados y atacados por los dichosos plásticos que contaminan las aguas de nuestro planeta.

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También el calentamiento global tuvo su presencia en otra candela, incluso con la emisión de un vídeo en una pantalla, sobre este tema, que sirvió incluso para que los niños se concienciasen de este enorme problema a escala mundial.

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Hubo recuerdos entrañables para profesiones antiguas, como la de las telefonistas que nos comunicaban antes de que la marcación automática se extendiera y generalizara. El letrero seguro que traerá muchos recuerdos a  los más mayores.

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La exhumación de los restos del general Franco del Valle de los Caídos también tuvo su recuerdo en esta otra candela, comentada con el gracejo popular que caracteriza este tipo de fiestas.

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Como popular es esta otra muestra de «mobiliario urbano», que vimos de paso, entre candela y candela: una fuente callejera, que servía tanto para surtir de agua a la población como para que calmasen su sed los animales de transporte y carga que antaño eran útiles imprescindibles en poblaciones rurales como esta.

Las fogatas fueron prendidas, tras el paso del  jurado que valora y puntúa a las que entran en concurso (por cierto, este año, uno de ellos familiar de mi mujer), como muestra este vídeo, donde encienden el boliche por diversos puntos ayudados de un combustible guardado en una botella de plástico.

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Como siempre, terminamos en la Candela de la Cruz, degustando (como en ocasiones anteriores) las exquisitas sopaipas con las que el vecindario de La Puebla repone fuerzas tras montar las candelas y con las que obsequian con generosa hospitalidad a todo el que se acerca para visitarles.

Ya llegó el invierno, aunque no lo parezca

20151206_172100A2aHoy hemos tenido comida en familia, como, desde hace años, todos los 25 de diciembre. Ha surgido la conversación del origen pagano de esta fiesta cercana al solsticio de invierno. Su adaptación al rito cristiano, y los cambios en el calendario desde que la Iglesia impone su cronología. Como siempre, hemos pasado un buen rato, hoy, tras la cena de anoche, más reducida y luego el rito de «Papá Noel», para compartir con los miembros de mi familia, que se desplazan a Palma del Río, otros buenos momentos. Eso sí, aunque el invierno llegó en el calendario, el tiempo lluvioso nos ha dado una tregua, y el frío sigue sin aparecer por estas latitudes, a diferencia de otras ocasiones. Será el cambio climático. O no. Da igual, ese es otro motivo de conversación. Y favorece la convivencia. ¡Felices fiestas!

Se nos fue Pepe, el doctor, el último de los Domínguez López

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El miércoles 30 de octubre pasado, sobre las diez de la mañana, en Almuñécar (Granada), falleció mi hermano Pepe, José Domínguez López, el mayor de los varones. Había nacido el 8 de septiembre de 1935 en Palma del Río (Córdoba), con lo que, recientemente, había cumplido 84 años. El 20 de octubre publiqué la última entrada en el blog, sobre Rafael Nieto y sus bares. En ella incluí dos fotografías de la boda de Pepe con Elena, pues se celebró el banquete en el Cine San Miguel, cuyo ambigú regentaba Nieto. Me extrañó que mi cuñada no comentase nada. Algo raro debía pasar. Y, así, el sábado 26 me llamó Elena comunicándome el estado de Pepe y sus esfuerzos por asistirle en los que esperaban que iban a ser sus últimos días de vida.

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José Domínguez Godoy y Soledad López Cabrera

Los padres de Pepe eran el practicante José Domínguez Godoy y Soledad López Cabrera, su primera esposa. Sus hermanos, Soledad Domínguez López, nacida el 22 de diciembre de 1933 en Palma del Río y fallecida el 7 de octubre de 1992 en Reconquista (Santa Fe), República Argentina; y Mari Carmen Domínguez López, nacida en Palma del Río el 1 de septiembre de 1945 y fallecida en Málaga el 18 de enero de 2013. Era, por tanto, el último de los Domínguez López que quedaba vivo hasta ahora. Tras el segundo matrimonio de mi padre, con Carmen Peso Nieto, tuvo dos hermanos más: Roberto Domínguez Peso (11 de enero de 1963) y un servidor, Francisco Javier Domínguez Peso (8 de noviembre de 1961).

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Sole, Mari y Pepe

De muy niño, como párvulo, estuvo en el Colegio de la Inmaculada, el colegio de las monjas, donde coincidió con el canónigo archivero emérito de la Catedral de Córdoba, Manuel Nieto Cumplido, y tuvo como maestra a sor María Gracia, con la que también estuvimos en ese centro los menores. Después estudió en la escuela de Doña Julia, la teresiana que influyó en Sole para que entrara en su orden, a la que ayudaba la tía de mi mujer, Anita Santos. Posteriormente estuvo interno en un centro de los Salesianos, donde tuvo que repetir un curso, posiblemente debido a su afición y buen hacer en el fútbol, lo que provocó que mi padre no quisiese saber nada de estos docentes, y que los menores estudiásemos en el Colegio San Sebastián, tras cerrar el suyo Antonio G. Chaves. Más de una vez me contó la anécdota que le ocurrió cuando un amigo de nuestro padre le dijo que “hay que ver lo bien que juega al fútbol Pepito”. Papá le respondió seriamente que se equivocaba, que su hijo no jugaba al fútbol. Más tarde le llamó y le cayó una buena reprimenda. Su madre, mientras le consolaba, le dijo con gracia: “te han querido poner una corona, y ha terminado siendo una corona de espinas, como la de nuestro Señor”.

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Guadalgenil de 17 de junio de 1961: Reseña con la vuelta de Sevilla a Palma de Pepe en las vacaciones de sus estudios de Medicina

Estudió Medicina en la Universidad de Sevilla, especializándose en Cardiología, profesión que le otorgó cierta fama de buen médico entre los paisanos, primero, que muchos lo conocían como “el médico el lechugo” (apodo familiar de los hermanos de mi padre, que tan poca gracia le hacía a este, pero que Pepe no despreció aparentemente por la publicidad que le daría entre los conocidos), y en general, también, siendo uno de los referentes de esta rama de la medicina en Córdoba y fuera de esta provincia.

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Visita a Santander, donde estaba Sole con las teresianas

Vivió de estudiante en Sevilla en un piso alquilado a un pariente de mi padre, al que llamábamos el tío Aurelio, con Mari, cuando ella se fue a estudiar en la primera promoción de Ayudantes Técnicos Sanitarios, continuando allí al terminar la carrera ya en sus primeros trabajos como doctor. En la capital hispalense coincidió con otros estudiantes palmeños, como Rafael Carrasco o Manolo Carmona.

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Boda con Elena, en la ermita de Belén

Se casó con Elena Alconchel Cabezas, nacida en Santa Fe (Granada) pero criada en Palma del Río donde los padres se vinieron, con otros familiares, y pusieron una tienda en la antigua carretera de la Campana, hoy Avenida de Andalucía. Tuvieron dos hijos, Pepe, que, a su vez, tiene otros dos hijos, Pepe (con Margarita, su anterior pareja) y Álvaro (con la actual, María), y David, casado con Inmaculada, con dos hijas: Reyes y Fabiola.

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Pepe y Sole de niños

Cuando nací yo en 1961, Pepe ya no vivía en Palma, sino en Sevilla, donde estudiaba, como tampoco vivía Sole, la mayor, que, como teresiana, se dedicaba a la enseñanza y recorrió varios destinos, hasta que, desde Málaga, se marchó a Argentina a principios de los años setenta. Mari, al casarse mi hermano, se trasladó a Málaga, donde todavía permanecía Sole, y allí haría toda su vida, trabajando en el Hospital Carlos Haya, casándose con Antonio Miguel Olmedo y teniendo una hija, Macarena.

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El abuelo Pepe con sus nietos y otros familiares

Sin embargo Pepe no dejó de venir a la casa paterna, en la calle José de Mora, número 3, ya que durante unos años pasó consulta, primero los lunes y martes de cada semana, más tarde solo los lunes, para dejar solo la consulta de Córdoba un tiempo después, cuando ya residía allí tras su matrimonio. No faltaba casi ningún domingo a la cita en la vieja casa del “abuelo Pepe”, para traer a la familia y que nuestro padre disfrutara de sus nietos. Además, nos juntábamos, cuando era posible, en las vacaciones y coincidíamos todos los hermanos y hermanas en la casa paterna, y muchas veces también después, cuando mi padre vendió aquella casa y nos fuimos a vivir a un piso cerca del Ayuntamiento. Como anécdota, en una de esas visitas, Elena nos trajo unos tebeos y los acogimos con tanto entusiasmo, que, cuando oí reír a Roberto, al leer uno, salí corriendo de la cocina donde estaba preparando la merienda, y tropecé con el andador de mi sobrino Pepito, que estaba tras una cortina, y caí con tan mala suerte que me partí el brazo izquierdo. Mi padre y Pepe me socorrieron, entablillando el brazo y algún día más tarde él me llevó al hospital, entonces Princesa Sofía, para que lo escayolaran.

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Pepe, con la bata de médico, nuestro padre, mi madre, Roberto y yo, en la antigua casa

Como siempre se dedicó a la medicina privada, pasaba consulta en Córdoba en su propia vivienda, un piso alquilado a un banco en la Avenida del Gran Capitán número 25, luego número 23, tras una renumeración de la calle. Intentó entrar en la sanidad pública, y me consultó sobre la posibilidad de acceder a un puesto vacante en el Servicio de Cardiología del Hospital Reina Sofía, pues alguien le había informado que, por sus méritos y curriculum, él podía hacerse con el puesto, cosa que no fue posible ya que estaba reservado a personal estatutario del Servicio Andaluz de Salud, y él no lo era. La última vez que precisó de sus servicios mi madre, que también fue su paciente, por sus problemas de corazón, fue en septiembre de 2000, desplazándome a su casa a por recetas, ya que estábamos de visita en casa de mi tía Ascensión, en Córdoba, durante las fiestas de la Fuensanta, y un mes después falleció de cáncer. Incluso yo también fui “paciente” suyo a temprana edad, pues ya sentía esos extrasístoles tan molestos, que hace algo más de dos años me diagnosticaron, tras mucho tiempo sin sentirlos. Recuerdo que dijo que no tenía nada grave, algo muy frecuente, como han confirmado luego los especialistas de la sanidad pública.

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Comida de Navidad, con todos los hermanos, y mis padres aún vivos

Se jubiló a los 70 años, cerrando su consulta en Córdoba y trasladándose a Almuñécar a vivir en la casa que años antes se habían comprado allí cuando, en compañía de otros médicos, adquirieron una finca y fundaron una empresa para producir y comercializar frutas subtropicales, típicas de la zona, empresa que no prosperó por la falta de agua. Estaba todavía en plenas condiciones físicas y mentales, a pesar de la edad, conservando su figura espigada y elegante de galán, como me demostró un día de 2007, en que se vino a Palma a la presentación de un libro, a la que asistió su amigo de la infancia, el canónigo Manolo Nieto, y se volvió para Almuñécar de madrugada, él solo en el coche, a pesar de haberle ofrecido yo que se quedase en el piso.

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De paseo con su familia, Mari y Antonio, mis padres y los hermanos menores

Durante nuestra niñez le gustaba llevarnos en su coche de paseos por el campo o la sierra. También hizo muchas de las fotografías que forman parte del álbum familiar. Una vez que Roberto y yo fuimos con él a la sierra nos paramos de vuelta en la Venta de El gallo, a tomar un refresco. Hacía tanto calor que Roberto se bebió una coca cola de un solo trago… y luego eructó tan estruendosamente que casi se cae de espaldas. El camarero le amonestó con un prolongado “¡niñooooo!” y todos reímos un buen rato. Le recuerdo con varios coches, varios Renault (un Gordini, un R8, R12…), y tuvo también una moto Sanglas, como las de la Guardia Civil de tráfico. Con uno de los coches, volviendo una vez de noche a Palma, chocó con un campesino que iba con su burro en la carretera a oscuras. Afortunadamente no hubo consecuencias graves, pero aún conservo en la memoria el agujero en el capó blanco, donde se estrelló el burro atropellado, con un tornillo sobresaliendo.

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En la antigua casa, con la tía Adelina y Carmeli, su familia, Mari y Antonio y nosotros «los niños»

Cuando pasaba consulta en casa, mis primos Juan y Sebastián (“Chanín”), hijos de mi tía Belén (que, por cierto, era la última hermana viva de mi madre y falleció en febrero pasado en Fuenlabrada) que venían mucho a casa a jugar con nosotros, tenían vedada la entrada, del ruido que montábamos y que molestaba en las dependencias de la consulta. Una vez, cuando se despedían, mi primo Juan dijo “hasta mañana” y mi madre le advirtió que tocaban visitas médicas, a lo que él respondió: “¡Ah, claro! Que no podemos venir, que viene tu tío, o tu hermano, o… (hecho un lío ya por los apellidos y las edades diferentes) ¡el tío que venga!”. Nos reímos también un buen rato. Más tarde, cuando éramos Roberto y yo algo más mayores, aprendimos a “dar los números”, o sea, las citas para los pacientes de Pepe, tanto a los que venían a casa a pedirla y se las dábamos en un papel que imprimíamos nosotros con un tampón y un sello, como a los que lo hacían por teléfono y apuntábamos todos en una agenda.

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Elena, Matilde (su madre), Pepe, nuestro padre, y yo colándome en la foto

Pepe me acompañó cuando me saqué el DNI por primera vez. Como había trabajado de inspector médico de la Policía conocía al comisario de Córdoba de entonces y concertó la cita para que fuese el mismo comisario el que hiciese el trámite en su propio despacho, en una planta alta del edificio que hay frente a la Cruz Roja. Recuerdo que, esperando a que le trajesen los útiles para tomar las huellas y otras cosas, mi hermano se dio cuenta de que se había dejado los faros del coche encendidos. Entonces me dio las llaves para que bajara y los apagase. Eso hice, y al volver a entrar, el policía que estaba de guardia en la puerta me indicó que entrase por otra que había en el lateral. Al hacerlo me interceptaron dos agentes uniformados con un “¿dónde vas?”. Me asusté, les quise contar que venía con mi hermano, que era inspector, pero no me salía la palabra, de los nervios, y les dije algo así como “teniente” o “general médico”, con lo que se quedaron mirándome con cara muy seria. Pensé que iba a ser detenido en ese momento, y, entonces, les dije que había venido “a hacerme el carnet de identidad” (con voz temblorosa). Se rieron y me dejaron pasar. Seguro que se habían compinchado todos para gastarme una broma. Como yo ya andaba en contactos con la izquierda clandestina de Palma por entonces, mi temor fue más que justificado, aunque todavía no me había dado a conocer como activista político. Afortunadamente.

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En casa de Roberto, en Extremadura, en julio de 2010, reunión familiar

Pepe fue un gran aficionado a la Historia, coleccionista de antigüedades y apasionado de la numismática. Tenía predilección por el mundo romano antiguo y una colección de la que se deshizo hace años. Al conservar amistades en Palma, también compartía con ellos dichas aficiones, como pasaba con Pepe Cuevas, al que conocía de los juegos de la niñez, y con Antonio Pérez, “Chanca”, cuyos familiares también fueron clientes de la consulta, entre los que se encontraban muchas personas humildes, a las que ayudó, desde los primeros tiempos de sanitario, como aquellos que vivían en los chozos de la Mesa de San Pedro, o los que buscaban remedio a sus males de corazón procedentes de otras zonas rurales y casi aisladas de la provincia. Una vez vino a Palma, ya jubilado, para proponer al Alcalde, Salvador Blanco, la edición de un libro que estaba preparando sobre la biografía del obispo de Cartagena de Indias, Dionisio de Santos, nacido en Palma del Río en el siglo XVI y que era poco conocido por sus paisanos (no sé si terminaría con aquel proyecto, pues no lo presentó). Ya en Almuñécar mantuvo frecuente contacto con el Club de Patrimonio de Motril. Con él yo sí podía hablar de política (algo vetado en el hogar familiar), aunque, más bien, era él el que lo hablaba casi todo, pues su locuacidad era prolija y famosa, y me influyó, tras algunas conversaciones, para derivar hacia la socialdemocracia. También me sirvió para informarme sobre nuestra extensa familia (nuestros abuelos paternos se casaron varias veces, procreando holgadamente además), aunque hayan quedado pendientes aspectos que hubiera querido que me clarificara y me informase más.

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Con Pepito en brazos, todo un padrazo

Como buen profesional era serio y severo en su trabajo, como su padre, pero al mismo tiempo, se distinguía por el gracejo heredado de su madre, su simpatía. Era chistoso, y parlanchín, y afectuoso con la clientela (pacientes y familia), familiares y amistades, ganándose la fama de persona cercana y excelente profesional de la medicina. Marcelino Canovaca me decía que tenían un pacto para cuando coincidían en las bodas: en cada celebración le tocaba charlar a uno de los dos, alternándose, de tan dicharacheros que eran.

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Fiesta del 84 cumpleaños, en Almuñécar. Foto de su hijo Pepe

Últimamente se comunicaba conmigo por correo electrónico, haciendo muchos comentarios a lo que publicaba yo en el blog en este formato porque no se encontraba cómodo publicando directamente en el blog. Me ha ayudado mucho en la redacción de muchas entradas sobre Palma del Río y sus gentes, recordando cosas de su niñez y juventud, y aportando datos valiosos para completar mis escritos. Tras sus achaques, que comprobamos en el funeral de Mari, en Málaga, y el ictus que le impedía orientarse y posteriormente moverse, la comunicación se hizo menos frecuente. Sus padecimientos fueron similares a los que se llevaron a Mari hace seis años. Y la última vez que hablé con él fue el día de su onomástica. Ya le noté en varios momentos “como despistado”, pues me habló de cosas que, más bien, podrían haber formado parte de la conversación con otras personas.

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En mi boda, los tres hermanos varones. 2008

Mucha gente me preguntaba, al verme, por “el doctor”, familiares, amigos, antiguos pacientes, lo que era síntoma del cariño que le profesaban en Palma. Ya solo puedo contar algunos de los muchos recuerdos que tengo de él, como lo he hecho de las demás hermanas que ya no están. El último de los Domínguez López nos dejó, y siento tener que comunicarlo a quienes se interesaban por él. Se ha ido quedándose con las ganas de que el Ayuntamiento hubiese puesto el nombre de nuestro padre a una de las calles de Palma, a pesar de la petición de algunos vecinos. Un deseo que me expresó varias veces, como reconocimiento a la gran labor social que hizo, e hicieron los sanitarios que, como él, trabajaron por la salud de los palmeños en precarias condiciones tras la contienda civil. Sirvan, en este caso, estas breves líneas para que su recuerdo no se pierda en la memoria de los palmeños y de los que le conocieron en vida, y que esta forme parte del listado de personas señeras que esta hermosa tierra ha visto nacer.