Vuelta a La Puebla para la Candelaria

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La fiesta de la Candelaria sigue viva, aunque en algunos lugares haya desaparecido o esté presente con menos vigor que en otros tiempos.  El aumento del nivel de vida, con la lógica mejora en nuestras poblaciones, en lo que a equipamiento urbano se refiere, ha hecho que cada vez haya menos candelas en nuestros pueblos, por los daños que el fuego provoca. Aun así, en algunos puntos de nuestro entorno, cada vez tiene más pujanza. Es el caso de La Puebla de los Infantes, población cercana a Palma del Río, en la Sierra Norte de Sevilla, a la que vamos casi todos los años desde hace una buena temporada, por motivos familiares. La celebración del Encuentro de Paramotores (este año en su 24 edición), además del empuje de los vecinos, potencia, sin duda, esta fiesta popular. El año pasado dediqué una entrada a la visita que realizamos para la Candelaria, y terminé con «El año que viene volveremos.» Así ha ocurrido.

Las candelas que hemos visto, mejor dicho los boliches (el montón de leña) y los muñecos que hemos visto para ser quemados en el fuego ritual, pues nos hemos desplazado por la tarde antes de que prendieran el fuego en cada barrio, han vuelto a tocar temas de actualidad. Muestro algunas fotografías de diferentes zonas.

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La ecología y el futuro de nuestro planeta ha estado presente en buena parte de las candelas. Como esa donde hablaban irónicamente de lo limpias que están las aguas del pantano de José Torán (el embalse que está cerca, y donde se celebra la concentración de paramotores), en el que van a refugiarse animales marinos envenenados y atacados por los dichosos plásticos que contaminan las aguas de nuestro planeta.

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También el calentamiento global tuvo su presencia en otra candela, incluso con la emisión de un vídeo en una pantalla, sobre este tema, que sirvió incluso para que los niños se concienciasen de este enorme problema a escala mundial.

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Hubo recuerdos entrañables para profesiones antiguas, como la de las telefonistas que nos comunicaban antes de que la marcación automática se extendiera y generalizara. El letrero seguro que traerá muchos recuerdos a  los más mayores.

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La exhumación de los restos del general Franco del Valle de los Caídos también tuvo su recuerdo en esta otra candela, comentada con el gracejo popular que caracteriza este tipo de fiestas.

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Como popular es esta otra muestra de «mobiliario urbano», que vimos de paso, entre candela y candela: una fuente callejera, que servía tanto para surtir de agua a la población como para que calmasen su sed los animales de transporte y carga que antaño eran útiles imprescindibles en poblaciones rurales como esta.

Las fogatas fueron prendidas, tras el paso del  jurado que valora y puntúa a las que entran en concurso (por cierto, este año, uno de ellos familiar de mi mujer), como muestra este vídeo, donde encienden el boliche por diversos puntos ayudados de un combustible guardado en una botella de plástico.

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Como siempre, terminamos en la Candela de la Cruz, degustando (como en ocasiones anteriores) las exquisitas sopaipas con las que el vecindario de La Puebla repone fuerzas tras montar las candelas y con las que obsequian con generosa hospitalidad a todo el que se acerca para visitarles.

Se nos fue Pepe, el doctor, el último de los Domínguez López

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El miércoles 30 de octubre pasado, sobre las diez de la mañana, en Almuñécar (Granada), falleció mi hermano Pepe, José Domínguez López, el mayor de los varones. Había nacido el 8 de septiembre de 1935 en Palma del Río (Córdoba), con lo que, recientemente, había cumplido 84 años. El 20 de octubre publiqué la última entrada en el blog, sobre Rafael Nieto y sus bares. En ella incluí dos fotografías de la boda de Pepe con Elena, pues se celebró el banquete en el Cine San Miguel, cuyo ambigú regentaba Nieto. Me extrañó que mi cuñada no comentase nada. Algo raro debía pasar. Y, así, el sábado 26 me llamó Elena comunicándome el estado de Pepe y sus esfuerzos por asistirle en los que esperaban que iban a ser sus últimos días de vida.

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José Domínguez Godoy y Soledad López Cabrera

Los padres de Pepe eran el practicante José Domínguez Godoy y Soledad López Cabrera, su primera esposa. Sus hermanos, Soledad Domínguez López, nacida el 22 de diciembre de 1933 en Palma del Río y fallecida el 7 de octubre de 1992 en Reconquista (Santa Fe), República Argentina; y Mari Carmen Domínguez López, nacida en Palma del Río el 1 de septiembre de 1945 y fallecida en Málaga el 18 de enero de 2013. Era, por tanto, el último de los Domínguez López que quedaba vivo hasta ahora. Tras el segundo matrimonio de mi padre, con Carmen Peso Nieto, tuvo dos hermanos más: Roberto Domínguez Peso (11 de enero de 1963) y un servidor, Francisco Javier Domínguez Peso (8 de noviembre de 1961).

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Sole, Mari y Pepe

De muy niño, como párvulo, estuvo en el Colegio de la Inmaculada, el colegio de las monjas, donde coincidió con el canónigo archivero emérito de la Catedral de Córdoba, Manuel Nieto Cumplido, y tuvo como maestra a sor María Gracia, con la que también estuvimos en ese centro los menores. Después estudió en la escuela de Doña Julia, la teresiana que influyó en Sole para que entrara en su orden, a la que ayudaba la tía de mi mujer, Anita Santos. Posteriormente estuvo interno en un centro de los Salesianos, donde tuvo que repetir un curso, posiblemente debido a su afición y buen hacer en el fútbol, lo que provocó que mi padre no quisiese saber nada de estos docentes, y que los menores estudiásemos en el Colegio San Sebastián, tras cerrar el suyo Antonio G. Chaves. Más de una vez me contó la anécdota que le ocurrió cuando un amigo de nuestro padre le dijo que “hay que ver lo bien que juega al fútbol Pepito”. Papá le respondió seriamente que se equivocaba, que su hijo no jugaba al fútbol. Más tarde le llamó y le cayó una buena reprimenda. Su madre, mientras le consolaba, le dijo con gracia: “te han querido poner una corona, y ha terminado siendo una corona de espinas, como la de nuestro Señor”.

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Guadalgenil de 17 de junio de 1961: Reseña con la vuelta de Sevilla a Palma de Pepe en las vacaciones de sus estudios de Medicina

Estudió Medicina en la Universidad de Sevilla, especializándose en Cardiología, profesión que le otorgó cierta fama de buen médico entre los paisanos, primero, que muchos lo conocían como “el médico el lechugo” (apodo familiar de los hermanos de mi padre, que tan poca gracia le hacía a este, pero que Pepe no despreció aparentemente por la publicidad que le daría entre los conocidos), y en general, también, siendo uno de los referentes de esta rama de la medicina en Córdoba y fuera de esta provincia.

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Visita a Santander, donde estaba Sole con las teresianas

Vivió de estudiante en Sevilla en un piso alquilado a un pariente de mi padre, al que llamábamos el tío Aurelio, con Mari, cuando ella se fue a estudiar en la primera promoción de Ayudantes Técnicos Sanitarios, continuando allí al terminar la carrera ya en sus primeros trabajos como doctor. En la capital hispalense coincidió con otros estudiantes palmeños, como Rafael Carrasco o Manolo Carmona.

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Boda con Elena, en la ermita de Belén

Se casó con Elena Alconchel Cabezas, nacida en Santa Fe (Granada) pero criada en Palma del Río donde los padres se vinieron, con otros familiares, y pusieron una tienda en la antigua carretera de la Campana, hoy Avenida de Andalucía. Tuvieron dos hijos, Pepe, que, a su vez, tiene otros dos hijos, Pepe (con Margarita, su anterior pareja) y Álvaro (con la actual, María), y David, casado con Inmaculada, con dos hijas: Reyes y Fabiola.

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Pepe y Sole de niños

Cuando nací yo en 1961, Pepe ya no vivía en Palma, sino en Sevilla, donde estudiaba, como tampoco vivía Sole, la mayor, que, como teresiana, se dedicaba a la enseñanza y recorrió varios destinos, hasta que, desde Málaga, se marchó a Argentina a principios de los años setenta. Mari, al casarse mi hermano, se trasladó a Málaga, donde todavía permanecía Sole, y allí haría toda su vida, trabajando en el Hospital Carlos Haya, casándose con Antonio Miguel Olmedo y teniendo una hija, Macarena.

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El abuelo Pepe con sus nietos y otros familiares

Sin embargo Pepe no dejó de venir a la casa paterna, en la calle José de Mora, número 3, ya que durante unos años pasó consulta, primero los lunes y martes de cada semana, más tarde solo los lunes, para dejar solo la consulta de Córdoba un tiempo después, cuando ya residía allí tras su matrimonio. No faltaba casi ningún domingo a la cita en la vieja casa del “abuelo Pepe”, para traer a la familia y que nuestro padre disfrutara de sus nietos. Además, nos juntábamos, cuando era posible, en las vacaciones y coincidíamos todos los hermanos y hermanas en la casa paterna, y muchas veces también después, cuando mi padre vendió aquella casa y nos fuimos a vivir a un piso cerca del Ayuntamiento. Como anécdota, en una de esas visitas, Elena nos trajo unos tebeos y los acogimos con tanto entusiasmo, que, cuando oí reír a Roberto, al leer uno, salí corriendo de la cocina donde estaba preparando la merienda, y tropecé con el andador de mi sobrino Pepito, que estaba tras una cortina, y caí con tan mala suerte que me partí el brazo izquierdo. Mi padre y Pepe me socorrieron, entablillando el brazo y algún día más tarde él me llevó al hospital, entonces Princesa Sofía, para que lo escayolaran.

Familia y Pepe con bata

Pepe, con la bata de médico, nuestro padre, mi madre, Roberto y yo, en la antigua casa

Como siempre se dedicó a la medicina privada, pasaba consulta en Córdoba en su propia vivienda, un piso alquilado a un banco en la Avenida del Gran Capitán número 25, luego número 23, tras una renumeración de la calle. Intentó entrar en la sanidad pública, y me consultó sobre la posibilidad de acceder a un puesto vacante en el Servicio de Cardiología del Hospital Reina Sofía, pues alguien le había informado que, por sus méritos y curriculum, él podía hacerse con el puesto, cosa que no fue posible ya que estaba reservado a personal estatutario del Servicio Andaluz de Salud, y él no lo era. La última vez que precisó de sus servicios mi madre, que también fue su paciente, por sus problemas de corazón, fue en septiembre de 2000, desplazándome a su casa a por recetas, ya que estábamos de visita en casa de mi tía Ascensión, en Córdoba, durante las fiestas de la Fuensanta, y un mes después falleció de cáncer. Incluso yo también fui “paciente” suyo a temprana edad, pues ya sentía esos extrasístoles tan molestos, que hace algo más de dos años me diagnosticaron, tras mucho tiempo sin sentirlos. Recuerdo que dijo que no tenía nada grave, algo muy frecuente, como han confirmado luego los especialistas de la sanidad pública.

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Comida de Navidad, con todos los hermanos, y mis padres aún vivos

Se jubiló a los 70 años, cerrando su consulta en Córdoba y trasladándose a Almuñécar a vivir en la casa que años antes se habían comprado allí cuando, en compañía de otros médicos, adquirieron una finca y fundaron una empresa para producir y comercializar frutas subtropicales, típicas de la zona, empresa que no prosperó por la falta de agua. Estaba todavía en plenas condiciones físicas y mentales, a pesar de la edad, conservando su figura espigada y elegante de galán, como me demostró un día de 2007, en que se vino a Palma a la presentación de un libro, a la que asistió su amigo de la infancia, el canónigo Manolo Nieto, y se volvió para Almuñécar de madrugada, él solo en el coche, a pesar de haberle ofrecido yo que se quedase en el piso.

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De paseo con su familia, Mari y Antonio, mis padres y los hermanos menores

Durante nuestra niñez le gustaba llevarnos en su coche de paseos por el campo o la sierra. También hizo muchas de las fotografías que forman parte del álbum familiar. Una vez que Roberto y yo fuimos con él a la sierra nos paramos de vuelta en la Venta de El gallo, a tomar un refresco. Hacía tanto calor que Roberto se bebió una coca cola de un solo trago… y luego eructó tan estruendosamente que casi se cae de espaldas. El camarero le amonestó con un prolongado “¡niñooooo!” y todos reímos un buen rato. Le recuerdo con varios coches, varios Renault (un Gordini, un R8, R12…), y tuvo también una moto Sanglas, como las de la Guardia Civil de tráfico. Con uno de los coches, volviendo una vez de noche a Palma, chocó con un campesino que iba con su burro en la carretera a oscuras. Afortunadamente no hubo consecuencias graves, pero aún conservo en la memoria el agujero en el capó blanco, donde se estrelló el burro atropellado, con un tornillo sobresaliendo.

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En la antigua casa, con la tía Adelina y Carmeli, su familia, Mari y Antonio y nosotros «los niños»

Cuando pasaba consulta en casa, mis primos Juan y Sebastián (“Chanín”), hijos de mi tía Belén (que, por cierto, era la última hermana viva de mi madre y falleció en febrero pasado en Fuenlabrada) que venían mucho a casa a jugar con nosotros, tenían vedada la entrada, del ruido que montábamos y que molestaba en las dependencias de la consulta. Una vez, cuando se despedían, mi primo Juan dijo “hasta mañana” y mi madre le advirtió que tocaban visitas médicas, a lo que él respondió: “¡Ah, claro! Que no podemos venir, que viene tu tío, o tu hermano, o… (hecho un lío ya por los apellidos y las edades diferentes) ¡el tío que venga!”. Nos reímos también un buen rato. Más tarde, cuando éramos Roberto y yo algo más mayores, aprendimos a “dar los números”, o sea, las citas para los pacientes de Pepe, tanto a los que venían a casa a pedirla y se las dábamos en un papel que imprimíamos nosotros con un tampón y un sello, como a los que lo hacían por teléfono y apuntábamos todos en una agenda.

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Elena, Matilde (su madre), Pepe, nuestro padre, y yo colándome en la foto

Pepe me acompañó cuando me saqué el DNI por primera vez. Como había trabajado de inspector médico de la Policía conocía al comisario de Córdoba de entonces y concertó la cita para que fuese el mismo comisario el que hiciese el trámite en su propio despacho, en una planta alta del edificio que hay frente a la Cruz Roja. Recuerdo que, esperando a que le trajesen los útiles para tomar las huellas y otras cosas, mi hermano se dio cuenta de que se había dejado los faros del coche encendidos. Entonces me dio las llaves para que bajara y los apagase. Eso hice, y al volver a entrar, el policía que estaba de guardia en la puerta me indicó que entrase por otra que había en el lateral. Al hacerlo me interceptaron dos agentes uniformados con un “¿dónde vas?”. Me asusté, les quise contar que venía con mi hermano, que era inspector, pero no me salía la palabra, de los nervios, y les dije algo así como “teniente” o “general médico”, con lo que se quedaron mirándome con cara muy seria. Pensé que iba a ser detenido en ese momento, y, entonces, les dije que había venido “a hacerme el carnet de identidad” (con voz temblorosa). Se rieron y me dejaron pasar. Seguro que se habían compinchado todos para gastarme una broma. Como yo ya andaba en contactos con la izquierda clandestina de Palma por entonces, mi temor fue más que justificado, aunque todavía no me había dado a conocer como activista político. Afortunadamente.

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En casa de Roberto, en Extremadura, en julio de 2010, reunión familiar

Pepe fue un gran aficionado a la Historia, coleccionista de antigüedades y apasionado de la numismática. Tenía predilección por el mundo romano antiguo y una colección de la que se deshizo hace años. Al conservar amistades en Palma, también compartía con ellos dichas aficiones, como pasaba con Pepe Cuevas, al que conocía de los juegos de la niñez, y con Antonio Pérez, “Chanca”, cuyos familiares también fueron clientes de la consulta, entre los que se encontraban muchas personas humildes, a las que ayudó, desde los primeros tiempos de sanitario, como aquellos que vivían en los chozos de la Mesa de San Pedro, o los que buscaban remedio a sus males de corazón procedentes de otras zonas rurales y casi aisladas de la provincia. Una vez vino a Palma, ya jubilado, para proponer al Alcalde, Salvador Blanco, la edición de un libro que estaba preparando sobre la biografía del obispo de Cartagena de Indias, Dionisio de Santos, nacido en Palma del Río en el siglo XVI y que era poco conocido por sus paisanos (no sé si terminaría con aquel proyecto, pues no lo presentó). Ya en Almuñécar mantuvo frecuente contacto con el Club de Patrimonio de Motril. Con él yo sí podía hablar de política (algo vetado en el hogar familiar), aunque, más bien, era él el que lo hablaba casi todo, pues su locuacidad era prolija y famosa, y me influyó, tras algunas conversaciones, para derivar hacia la socialdemocracia. También me sirvió para informarme sobre nuestra extensa familia (nuestros abuelos paternos se casaron varias veces, procreando holgadamente además), aunque hayan quedado pendientes aspectos que hubiera querido que me clarificara y me informase más.

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Con Pepito en brazos, todo un padrazo

Como buen profesional era serio y severo en su trabajo, como su padre, pero al mismo tiempo, se distinguía por el gracejo heredado de su madre, su simpatía. Era chistoso, y parlanchín, y afectuoso con la clientela (pacientes y familia), familiares y amistades, ganándose la fama de persona cercana y excelente profesional de la medicina. Marcelino Canovaca me decía que tenían un pacto para cuando coincidían en las bodas: en cada celebración le tocaba charlar a uno de los dos, alternándose, de tan dicharacheros que eran.

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Fiesta del 84 cumpleaños, en Almuñécar. Foto de su hijo Pepe

Últimamente se comunicaba conmigo por correo electrónico, haciendo muchos comentarios a lo que publicaba yo en el blog en este formato porque no se encontraba cómodo publicando directamente en el blog. Me ha ayudado mucho en la redacción de muchas entradas sobre Palma del Río y sus gentes, recordando cosas de su niñez y juventud, y aportando datos valiosos para completar mis escritos. Tras sus achaques, que comprobamos en el funeral de Mari, en Málaga, y el ictus que le impedía orientarse y posteriormente moverse, la comunicación se hizo menos frecuente. Sus padecimientos fueron similares a los que se llevaron a Mari hace seis años. Y la última vez que hablé con él fue el día de su onomástica. Ya le noté en varios momentos “como despistado”, pues me habló de cosas que, más bien, podrían haber formado parte de la conversación con otras personas.

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En mi boda, los tres hermanos varones. 2008

Mucha gente me preguntaba, al verme, por “el doctor”, familiares, amigos, antiguos pacientes, lo que era síntoma del cariño que le profesaban en Palma. Ya solo puedo contar algunos de los muchos recuerdos que tengo de él, como lo he hecho de las demás hermanas que ya no están. El último de los Domínguez López nos dejó, y siento tener que comunicarlo a quienes se interesaban por él. Se ha ido quedándose con las ganas de que el Ayuntamiento hubiese puesto el nombre de nuestro padre a una de las calles de Palma, a pesar de la petición de algunos vecinos. Un deseo que me expresó varias veces, como reconocimiento a la gran labor social que hizo, e hicieron los sanitarios que, como él, trabajaron por la salud de los palmeños en precarias condiciones tras la contienda civil. Sirvan, en este caso, estas breves líneas para que su recuerdo no se pierda en la memoria de los palmeños y de los que le conocieron en vida, y que esta forme parte del listado de personas señeras que esta hermosa tierra ha visto nacer.

El convento de Santa Clara

DSC_2978El convento de Santa Clara es una de las joyas histórico-artísticas que tenemos en Palma del Río. De él he tenido ocasión de hablar en varias entradas del viejo Celtibético.

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Entrada del arco a la Calle Santa Clara, con la torre de la Muralla, donde se ve todavía el depósito de Industrias Ortiz (Foto Miguel Santos Enríquez)

La Historia nos dice que es un monasterio que fundó el Caballero Veinticuatro de la ciudad de Córdoba Juan Manosalbas, en el siglo XVI, gracias a unas propiedades que tenía en Palma, y en virtud de una bula dada en Roma el 13 de marzo de 1498 por el papa Alejandro VI. Los condes de Palma, Luis Portocarrero y Francisca Manrique, años después, aumentaron el patrimonio y los edificios del convento, llegando las primeras monjas, desde el monasterio de Santa Clara de Andújar, en 1510.

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Desde entonces, esta institución ha tenido un papel importante en nuestra ciudad. Es en el siglo XX cuando desaparece como tal. Durante la II República sufrió los ataques de ciudadanos enfurecidos en los sucesos del 19 y 20 de febrero de 1936, cuando hubo un enfrentamiento entre jóvenes de izquierda y derecha, tras las muestras de alegría callejera por la victoria del Frente Popular, que desembocó en el asalto del Casino, sede de Acción Popular (actual Plaza de España). Al no actuar las autoridades, los partidarios de los nuevos gobernantes, movidos por la revancha de la explotación a la que se veían sometidas las clases populares, asaltaron viviendas particulares de vecinos adinerados, algunos centros oficiales, además de edificios religiosos, como la Parroquia de la Asunción, la iglesia de San Francisco y los conventos de Santo Domingo y Santa Clara, provocando cuantiosos y graves destrozos (además de obras de arte, por ejemplo, se perdieron los archivos parroquiales donde constaban los nacimientos de vecinos desde la Edad Media).

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Durante la Guerra Civil las monjas clarisas abandonaron el convento, volviendo tras su finalización, cuando allí se instaló el Auxilio Social, de la Falange, en los primeros tiempos del régimen de Franco.

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Su salida definitiva fue en noviembre de 1970, quedando el monumento cerrado y abandonado durante muchos años, sujeto a asaltos, vandalismo y a la ruina por el paso del tiempo y la falta de cuidados.

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Ya en tiempos de la Transición democrática el ayuntamiento palmeño compró una parte (la más deteriorada y con menos valor) al Obispado de Córdoba y consiguió la cesión de la otra parte del edificio para hacerse cargo de su mantenimiento y restauración, con fines culturales.

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Arreglo de techumbre (Foto Archivo Diputación de Córdoba)

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Fachada antes de su restauración (Foto Archivo Diputación de Córdoba)

Siendo Manuel Nieto Cumplido delegado del Ministerio de Cultura en Córdoba, procedieron a realizar obras de consolidación de los tejados del claustro, que fue sustituido por placas de fibrocemento en parte, y apuntalando la techumbre.

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En 1997, tras unas copiosas lluvias, que produjeron inundaciones, una parte del edificio del antiguo convento se derrumbó. Eso hizo que se acometieran las primeras obras de entidad para la recuperación del edificio abandonado.

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Coro, años 80, antes de restaurar (Foto Carmelo Expósito)

Varias escuelas-taller se hicieron cargo de reconstruir la parte municipal con la idea de hacer un centro de hospedaje, recuperando las antiguas celdas, el cementerio (vacío desde la salida de las últimas monjas) y zonas aledañas, como el huerto (convertido en jardín) y el patio del limón.

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Seguidamente se acometió la restauración del claustro de origen mudéjar (con elementos de otros estilos posteriores del XVI), la parte de más valor artístico, y las dependencias que lo rodean, además de la iglesia (siglo XVIII), cuya finalidad era la de albergar el Museo Municipal y ser dependencias administrativas municipales, con salón de plenos incluido.

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Espadaña de Santa Clara 1955 (Foto de Miguel Santos Enríquez)

El convenio de cesión con el Obispado autorizaba a la realización de dichas obras, pero la intención de sucesivas corporaciones municipales era adquirir la parte propiedad eclesiástica, para ser titular del edificio completo. Por eso se llegó a un acuerdo con el Obispado, siendo cabeza de la diócesis cordobesa Juan José Asenjo (que desde 2009 es arzobispo de Sevilla), para permutar esa parte todavía de su propiedad por un edificio de nueva construcción en la barriada conocida popularmente como del V Centenario, con destino a ser una nueva iglesia.

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Claustro, antes de su restauración, años 80 (Foto Carmelo Expósito)

Ahora hemos conocido que el Ayuntamiento palmeño ha llegado a un nuevo acuerdo con el Obispado cordobés, por el que le comprará a éste su parte en Santa Clara por un millón y medio de euros aproximadamente, renunciándose a la permuta por el edificio, que todavía no está terminado. La intención es que este edificio se acabe como instalación de la nueva Biblioteca Municipal, cuya ubicación en esta zona había recomendado una comisión de expertos y ciudadanía, creada para este fin.

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Parece que, por fin, este asunto de la recuperación para todos los palmeños del preciado monumento, escondido en la clausura durante siglos y abandonado y ruinoso en el siglo pasado, va a culminar con éxito. Y encima tendremos otro centro cultural, muy interesante y necesario para toda la población de Palma del Río, en la barriada donde vivo. Bienvenido sea el nuevo acuerdo y ojalá se haga pronto feliz realidad.

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En medio del caos que estamos viviendo con el referéndum organizado por la Generalidad catalana el pasado 1 de octubre, ilegal y suspendido por el Tribunal Constitucional, la «no-se-sabe-si» declarada independencia de Cataluña posterior, y todo lo que ello está dando de sí, más de uno ha empleado el argumento, en su defensa, de que los catalanes se han pronunciado votando sobre su futuro, a diferencia del régimen del 78, cuyo rey no ha sido elegido, ni los españoles se han pronunciado sobre monarquía o república. Aparte de que es una falacia dicho argumento, pues la decisión fue tomada con la Constitución de 1978, ratificada en referéndum el 6 de diciembre de dicho año, en nuestra historia reciente encontramos otro referéndum donde el pueblo español se pronunció sobre si su Estado debía ser un Reino: el referéndum de la Ley de Sucesión en la Jefatura del Estado de 1947. En esta consulta, celebrada el 6 de junio de ese año, se aprobó, por un 89, 86% del censo, entre otras cosas, que España se constituyera en Reino, que Franco fuese Jefe del Estado vitalicio, la creación del Consejo del Reino (disuelto con la Constitución de 1978) y que Franco propusiese a las Cortes a su sucesor, «a título de Rey o Regente», como efectivamente sucedió en 1969, cuando nombró a Juan Carlos de Borbón «Príncipe de España», como sucesor a título de Rey, tras su muerte.

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Es decir, que el pueblo español decidió mayoritariamente, con su voto («Volem votar!»), que España se convirtiese en monarquía y que el Rey fuese el sucesor del dictador, a su fallecimiento. Así que no sería cierto, como nos dicen algunos, que no se haya votado esta monarquía. A mí me hubiera gustado que, a la muerte de Franco, hubiésemos podido elegir entre monarquía o república, pero no es ilegítimo que tengamos monarquía, pues, además, así fue confirmada en el referéndum constitucional de 1978. Algunos dirán que la consulta de Franco no fue una consulta democrática… y es verdad. Votar no significa elegir democráticamente, no es lo mismo. Eso lo hemos visto en el referéndum ilegal del 1 de octubre: no había censo oficial, se pudo votar más de una vez (como se ha comprobado en más de un caso), no había un órgano imparcial o judicial que verificase la votación y el escrutinio, el recuento fue «clandestino», se vivió un clima de acoso y coacción hacia los no partidarios del referéndum, la misma consulta estaba orientada para que saliese el objetivo de los convocantes (la independencia), no había garantías de imparcialidad y de derechos de todas las opciones, etc. Lo mismo que en ese referéndum de 1947 ¿no?, nos dirán los partidarios del derribo del «régimen del 78». De este modo, si lo importante «era votar» («Volem votar!») y eso era lo democrático el 1 de octubre, también fue democrático el 6 de junio de 1947, porque los españoles votaron. Y, si este no vale, aquel tampoco. Como diría un castizo: «o todos moros, o todos cristianos». Con Franco ya se bailaba el mambo. El mambo de las falacias.

(En las imágenes, certificados de votación en el referéndum de 1947, en Palma del Río, donde aparecen como votantes familiares de Antonio Lopera Flores, que me facilitó las copias)